Qué más bello que tú.
Alma con soledad de madre y dolores de parto
que gotea lágrimas sobre la tierra
con la sonrisa de saber que está creando.
Qué más bello que tú.
Alma que siembra árboles robustos
brazos que se extienden, dedos que se estiran
uñas que crecen hacia el cielo, de donde has venido.
Qué más bello que tú.
Alma apasionada que buscas realizarte.
Arañando tu piel, el firmamento
Buscando el sol, tu corazón.
Qué más bello que tú.
Alma que ama.
Alma que nutre la tierra a su paso.
Alma que puebla con su expresión.
Alma que se une a su divinidad
y trae luz al mundo.
--------------------------------------------
Blog de Saliary en http://saliary.wordpress.com/
Aquí encontrarás pensamientos personales, escritos personales, opiniones personales. No soy un seguidor: no tengo religión ni partido político, no tengo equipo de football. No pertenezco a nada, soy hombre libre y libre pensador. Como a todos, me condiciona lo que he traído de nacimiento, el entorno, la historia vivida, etc. Dentro de este escenario busco la libertad.
miércoles, 28 de noviembre de 2012
lunes, 19 de noviembre de 2012
Sobre lo inexplicable del destino.
* Quizás yo no debería haber nacido en la familia en que nací:
Mi padre nació muerto.
Era un feto violeta, que no respondió a las palmadas y masajes iniciales. El médico lo dejó en la pileta y se ocupó de atender a la madre. Cuando una de las enfermeras se desocupó de la atención a la parturienta, volvió a intentar con el niño: lo puso sobre la canilla de agua fría, luego lo quitó y lo puso al calor mientras lo masajeaba intensamente, por último lo levantó por los pies nuevamente y lo cacheteó. El niño comenzó a respirar justo cuando la enfermera estaba por dejarlo nuevamente en la pileta.
* Quizás yo no debería haber sobrevivido al parto. Nací con tres vueltas de cordón umbilical alrededor del cuello. Me sacaron con fórceps, mi cabeza quedó más parecida a una salchicha que a un huevo y quedaron marcas en el cráneo. Casi no logran sacarme de allí.
*Quizás no debería haber sobrevivido a la cuna.
Mis padres cuentan que me escapaba de la cuna así como luego me escapaba de cualquier tipo de corralito en que me pusieran, pues siempre descifraba los mecanismos. Gracias a esta cualidad caí de la cuna aterrizando bajo un ropero utilizando como almohadón para amortiguar el golpe, mi propia cara. Se despertaron con el ruido, encendieron la luz y me buscaron, sin hallarme al principio, pues yo no hacía ruido ni lloraba, para luego percibir el charco de sangre en el piso y allí estaba yo, en remojo.
* Quizás no debería haber sobrevivido a la primera niñez.
Además del relato de mis padres, tengo en mi memoria este hecho: la puerta de casa estaba abierta, salí a la calle, hubo un ruido extraño y repentino: era el chirriar de neumáticos de un auto que había frenado para evitar atropellarme. Los conductores: una pareja mayor a quien era probable que les pudiera fallar la vista o los reflejos. Recuerdo el frente del auto, las caras extrañamente desorbitadas de la pareja y recuerdo seguir girando mi vista, quizás por una voz que me sonó vagamente conocida. Era mi madre, que salía corriendo, desesperada, desde la casa y gritando de una manera como nunca la había oído. Tanto que apenas si me sonó familiar. Yo tendría no más de tres años en ese momento.
* Quizás no debería haber sobrevivido a la quinta de mi padre.
Él gustaba de plantar cosas pequeñas en su pequeño patio: aromáticas para condimentar, algunos rabanitos (que ya me gustaban desde esa época –tres a cuatro años de edad). Tenía los perímetros cercados con hilos y yo acostumbraba a meterme dentro, caminando por los pasillitos. Mi padre me enseñaba a mirar el crecimiento de las plantas y regarlas… haciendo pis en ellas.
Por algún motivo que no recuerdo, mi padre me observaba, yo lo noté y sentí el deseo de correr. Y así lo hice, apasionadamente, a toda velocidad. Debe haber sido mi primer encuentro con la música… más bien la percusión pues, tras tropezarme grotescamente con el hilo demarcador, mi cráneo sonó contra el piso de cemento que continuaba tras la quinta. Recuerdo la música, el sonido de tambor haciendo eco en el interior de mi cráneo (¿vacío ya en esa época?). Música sin imágenes y luego un cálido despertar entre los brazos de mi padre para, descubrir, conscientemente por primera vez, su rostro aterrado.
* Quizás no debí sobrevivir a mi gusto por el mar.
También fue mi padre quien me sacó del agua cuando yo, con 5 años de edad, me creí lo suficientemente hábil como para no necesitar hacer pie y así flotar cómodamente. El caso es que yo era una linda boyita hasta que quise volver a la costa y noté que no sabía nadar (al menos no tan bien como mi imaginación me dijo). Mi padre tenía el agua hasta la cintura cuando me sacó, pero yo, la tenía más alta que el cuello.
* Quizás no debí sobrevivir a la peritonitis.
Cerca de los 10 años de edad, tuve apendicitis. Los médicos que ven su trabajo como cualquier otro, suelen equivocarse. Me diagnosticaron una indigestión. Pasaron dos días más y yo ya no soportaba el dolor. Puesto que no movía el intestino, recomendaron a mi madre aplicar enemas. Por suerte un verdadero profesional (un amigo horticultor, hombre de campo que tenía un vivero y que era vecino) me vio a tiempo. –“Esto es el apéndice” dijo –“si le hacés una enema lo matás, llamá a un médico como la gente lo más rápido que puedas”.
Así mi madre se contactó con un tío de Buenos Aires, quien llamó a la clínica, llegó un médico muy joven a casa, me revisó y confirmó el dato. Me llevaron de urgencia en ambulancia. Me esperaban en la puerta de la clínica, me dieron a elegir el tipo de anestesia mientras subía en el ascensor en silla de ruedas. El quirófano estaba listo. Le comentaron a mi madre que estaba muy pasado de tiempo y esperaban poder solucionarlo. Luego me mostraron la tripa que me habían sacado: me había salvado por 2 milímetros de intestino sano, apenas unas horas más de infección…
* Quizás no debí sobrevivir a mi gusto por correr.
Una noche, caí en una zanja de desagüe cloacal al salir corriendo de casa. Olvidé que estaba la canaleta de metro y medio de profundidad con el caño de cemento en el interior y aterricé sobre él con mi frente. Estaba oscuro, me levanté, salí de la fosa y seguí mi camino hacia el almacén. Antes de media cuadra la sangre me cubría el ojo izquierdo y no fue hasta llegar a la luz que noté que se trataba de sangre. El golpe me había anestesiado y no me daba cuenta de lo sucedido.
* Quizás no debí sobrevivir a mi bicicleta.
Armaba y desarmaba bicicletas con un amigo. Le poníamos accesorios de todas clases. Hasta tenía luz de giro y de stop. Nos gustaba correr entre los atascamientos de autos, allí donde quedaban pequeños pasos entre los vehículos. O lanzarnos por las pendientes, donde una bicicleta de paseo de un niño de 12 años zumbaba en sus rulemanes y alcanzaba una velocidad cercana a los 75 km/h. Justo donde una caída hubiera sido fatal, sin contar con que lo hacíamos acompañando a los autos, a través de cuyas ventanillas bajas preguntábamos la velocidad a la que iban: nos gustaba la cara de sorpresa cuando leían el velocímetro y nos veían a su lado a esa velocidad. O quizás hubiera sido fatal la oportunidad en que, muy concentrados en nuestra carrera con un auto, no quisimos ceder viendo que teníamos una oportunidad en el cuello de botella que se formaba en una rotonda y nos saco de la concentración la bocina de un colectivo que vimos a 15 cm de nuestra cabeza, sobre el lado derecho, cuando mirábamos al izquierdo para aprovechar un hueco entre los autos que doblaban y su indecisión para ver quién pasaba primero. En ese hueco nos metimos sin notar que el espacio que hacían no era por una duda sino para dar paso al colectivo, delante del cual nos cruzamos.
Quizás hubiera tenido un final trágico aquel episodio en que tomábamos velocidad con la bicicleta y tratábamos de pararnos en un solo pedal y tomar el manubrio con una sola mano. Estando nuestro cuerpo vertical, inclinábamos la bicicleta. De ese modo tomábamos la esquina: el desafío era tener, además de equilibrio y coordinación, la suficiente fuerza de brazo como para torcer el manubrio pues de otro modo la bici no doblaría y terminaríamos de cabeza en la pared de enfrente.
Ese día, yo doblaba, muy concentrado en mi esfuerzo, sin ver que un auto me estaba por arrollar. Efectivamente, golpeó con el paragolpes en mi pedal. Yo salí volando mientras la bicicleta se hizo un bollo pasando por debajo del auto y terminando en algo parecido a un ovillo de lana. Mientras tanto, yo volaba, cruzaba la vereda, la línea de construcción pasando por sobre un alambrado que delimitaba el terreno baldío y caía, de espaldas justo sobre un cardo y mi cabeza pegaba de nuca justo sobre un pedazo de ladrillo. De haber una casa ahí, me hubiera estampado en la pared y me tendrían que haber sacado con espátula como a un mosquito al que se le ha matado de un zapatillazo. El ladrillo en la nuca tampoco me mató, no sé por qué. Demás está decir que era verano y la única indumentaria era mi short, de modo que las espinas del cardo se quedaron en mi espalda y piernas como su tuviera medio cuerpo con sarampión avanzado… Detrás del auto venía un taxi, que se detuvo y me llevó hasta casa. Recuerdo que nos reímos mucho de mi desventura aunque yo estaba mareado. También recuerdo que, llegados a casa, me sacó en brazos del auto, tocó timbre y salir mi madre desesperada por mi estado, el taxista le preguntó: “Señora ¿Esto es su hijo?” Efectivamente, yo parecía una cosa mas que una persona.
Quizás mi día fue aquel en que corríamos por el parque Camet, el grupo de compañeros del colegio Industrial. Hacíamos todo tipo de locuras como subir por la rampa que se utiliza para subir ganado a los camiones para seguir como si nada cuando esta se terminaba. Uno de nosotros se asustó y bajó la velocidad. Al llegar al final de la rampa simplemente cayó a plomo. Por un momento su bicicleta quedó vertical, con las ruedas apoyadas sobre la pared vertical de la rampa, para luego caer burdamente de cabeza al piso. A mi me gustaban más los terrenos de pasto. Justo al saltar de una loma sentí un golpe. Era un pequeño pozo en que apoyó mi rueda delantera en el momento de mayor velocidad. Se quebró el eje que une al manubrio con la horquilla de modo que el manubrio se soltó hacia arriba, la rueda hacia abajo y el cuadro de la bicicleta (conmigo a bordo) pasamos por el medio. Al caer al piso apoyó la rueda trasera, inmediatamente quiso apoyar la delantera (la que ya no estaba) porque lo que se apoyó en la tierra, mejor dicho, se clavó en la tierra fue la punta delantera del cuadro. Así supe lo que siente el “hombre bala” del circo, pues pasé a vuelo rasante por varios canteros con florcitas para derrapar en el paso por varios metros en un aterrizaje del que no podría enorgullecerme de ninguna manera. Yo no veía lo que había del otro lado de la loma. De no haber estado despejado otro tendría el trabajo de relatar esto.
* Quizás no debí sobrevivir a la electricidad.
Estaba yo en el colegio industrial, pasaba por los talleres y aprendía mucho. Mi instinto de investigación se exacerbaba y uno de los temas fue la electricidad y la electrónica que nunca llegué a cursar. Sin embargo, había en casa libros de electrónica y, con mis escasos conocimientos, leía y trataba de comprender lo imposible para mis recursos culturales. Había en casa, arrumbada, una vieja radio de válvulas, que no funcionaba. Así es que revivió para ser víctima de mis experimentos. Ya desarmada, el chasis yacía sobre la mesa y una tarde, volviendo de la playa, me dio por volver a examinarla. La enchufé, la encendí y debo haber sufrido mi primer ataque de pasión egoísta porque ya no podía soltarla. Efectivamente, me había olvidado de calzarme y mi cuerpo aún tenía la sal del mar por encima que, dicho sea de paso, es muy buena conductora de la electricidad. Así es como sentí mi primer “cosquilleo” en las entrañas sin siquiera haberme enamorado. Yo trataba de soltarlo y el chasis paseaba por la mesa sin soltar mi mano. De algún modo extraño tomé conciencia de la situación, dejé de zarandear a la pobre radio y asumí la situación. Mientras mi corazón y mis tripas se tensaban como para romperse, me puse en paz y simplemente solté la perilla metálica de la radio. Eso fue suficiente, sin embargo, no siempre lo es. Luego los adultos se preguntan por qué los chicos se creen inmortales o actúan como si lo fueran…
* Quizás no debí sobrevivir a los explosivos.
Mi curiosidad abarcaba diversos temas, algunos de ellos no eran peligrosos (¡Y aun así me atraían!). Otros, como la posibilidad de hacer pólvora casera para hacer petardos, me podían llevar a quemarme los pelos.
Luego de mucha investigación encontré la forma de hacer una mezcla que prometía. Efectivamente, era una mezcla eficiente, pero en ese entonces yo no sabía cómo funcionaba la pólvora y, por ese motivo, no conseguía la explosión sino que se quemaba lentamente. Algo que leí pareció darme la idea de que debía estar encerrada como para juntar presión. El concepto no era exacto, pero mejoró un poco la cosa. Así es que terminé por hacer un cartucho, algo grande, por cierto, y que prometía… Lo armé, lo puse en el terreno de al lado de mi casa, puse un dispositivo de retardo basado en mecha lenta casera, lo encendí y fui corriendo a la terraza para poder observar el resultado a una distancia segura. Yo no conocía por ese entonces el método del camino de tierra como cortafuegos, pero todo parecía seguro y, como dije ya dos veces, prometía… así me enteré que prometía un gran desastre pues, si bien no explotó, funcionó como una buena bengala. La llamarada era fuerte y duradera, tanto que comenzó a incendiar el paso del terreno. La pared de garaje de casa adquiría la tibieza de un hogar… el terreno ardía… un vecino llamaba a los bomberos… y yo me escondía.
Un poco más arriesgado fue el día que encontré una granada casera en la playa. Caminaba con un amigo de tropelías cuando vimos a un borracho buscando tesoros en la arena. Buscaba a la derecha con un tumbo y con el otro buscaba a la izquierda. Avanzaba sin terminar de caer. Tenía un equilibrio tan maravilloso que caminaba en zigzag sin tropezar ni caer mientras alzaba su cara al pleno sol del verano, protegido, únicamente, por la sombra de la botella de la que estaba bebiendo. Este pirata de las playas, levantó un objeto del suelo, era un tubo de aerosol que, curiosamente, tenía una manija al costado. Comenzó a tirar de ella como para abrirlo y ahí notamos que, lo que parecía ser la tapa que cubre al pico era, en realidad, un objeto metálico del que partía la palanca. Eso era una granada casera !!!! Corrimos tras una piedra para ponernos a cubierto pensando que si lograba abrirla sería difícil que mantuviera en orden su peinado. No pudo y la tiró para seguir su camino. Mi amigo decidió volver a su casa mientras yo pensé que era un peligro eso ahí y que, si no había explotado en las manos de un borracho, no tenía por qué explotar en las mías (bueno, en ese momento me pareció un razonamiento lógico). Tomé la granada, la llevé a un terreno baldío lindero a la costa con casi tres manzanas de descampado, la coloqué en el centro (donde menos daño podría hacer la onda expansiva mientras que, entre el pastizal, no era probable que nadie la encontrase) até una bolsa de supermercado a una rama para poder localizarla desde lejos y me volví a mi casa. Llamé a la policía para dar aviso. Se presentaron rápidamente y con el lógico temor de que fuera una emboscada. Luego fuimos en el patrullero hasta el terreno, les señalé el punto donde estaba, la retiraron y se fueron sin siquiera saludar… ufa! A esta altura yo tenía ya 16 años y me parece bien detenerme aquí en la historia… por mi propio bien, por supuesto.
La cuestión es que me sorprende mucho cuando a la gente le parece muy natural seguir viva después de muchos años. Me llama la atención cuando creen que la muerte es algo lejano en lo que no cabe ni pensar. Me pregunto qué les da la idea de que lo natural es vivir hasta la vejez.
Yo miro hacia atrás en el camino andado y apenas puedo creer en la cantidad de eventos inusuales que se han dado en mi vida para que yo pueda estar aquí ahora.
Yo miro el presente, de sociedades agotadas, de descontento, de penurias y no puedo comprender cómo tenemos problemas demográficos por exceso de gente ¿Es que todos han pasado por hechos extraordinarios, necesariamente encadenados contra toda probabilidad, para poder estar todos juntos aquí y ahora?
Yo miro al futuro y pienso que debí haber muerto en alguna de las veces que relaté (que no son todas) porque esto sigue empeorando y temo, sinceramente...
... no volver a tener otra oportunidad !!!.
Mi padre nació muerto.
Era un feto violeta, que no respondió a las palmadas y masajes iniciales. El médico lo dejó en la pileta y se ocupó de atender a la madre. Cuando una de las enfermeras se desocupó de la atención a la parturienta, volvió a intentar con el niño: lo puso sobre la canilla de agua fría, luego lo quitó y lo puso al calor mientras lo masajeaba intensamente, por último lo levantó por los pies nuevamente y lo cacheteó. El niño comenzó a respirar justo cuando la enfermera estaba por dejarlo nuevamente en la pileta.
* Quizás yo no debería haber sobrevivido al parto. Nací con tres vueltas de cordón umbilical alrededor del cuello. Me sacaron con fórceps, mi cabeza quedó más parecida a una salchicha que a un huevo y quedaron marcas en el cráneo. Casi no logran sacarme de allí.
*Quizás no debería haber sobrevivido a la cuna.
Mis padres cuentan que me escapaba de la cuna así como luego me escapaba de cualquier tipo de corralito en que me pusieran, pues siempre descifraba los mecanismos. Gracias a esta cualidad caí de la cuna aterrizando bajo un ropero utilizando como almohadón para amortiguar el golpe, mi propia cara. Se despertaron con el ruido, encendieron la luz y me buscaron, sin hallarme al principio, pues yo no hacía ruido ni lloraba, para luego percibir el charco de sangre en el piso y allí estaba yo, en remojo.
* Quizás no debería haber sobrevivido a la primera niñez.
Además del relato de mis padres, tengo en mi memoria este hecho: la puerta de casa estaba abierta, salí a la calle, hubo un ruido extraño y repentino: era el chirriar de neumáticos de un auto que había frenado para evitar atropellarme. Los conductores: una pareja mayor a quien era probable que les pudiera fallar la vista o los reflejos. Recuerdo el frente del auto, las caras extrañamente desorbitadas de la pareja y recuerdo seguir girando mi vista, quizás por una voz que me sonó vagamente conocida. Era mi madre, que salía corriendo, desesperada, desde la casa y gritando de una manera como nunca la había oído. Tanto que apenas si me sonó familiar. Yo tendría no más de tres años en ese momento.
* Quizás no debería haber sobrevivido a la quinta de mi padre.
Él gustaba de plantar cosas pequeñas en su pequeño patio: aromáticas para condimentar, algunos rabanitos (que ya me gustaban desde esa época –tres a cuatro años de edad). Tenía los perímetros cercados con hilos y yo acostumbraba a meterme dentro, caminando por los pasillitos. Mi padre me enseñaba a mirar el crecimiento de las plantas y regarlas… haciendo pis en ellas.
Por algún motivo que no recuerdo, mi padre me observaba, yo lo noté y sentí el deseo de correr. Y así lo hice, apasionadamente, a toda velocidad. Debe haber sido mi primer encuentro con la música… más bien la percusión pues, tras tropezarme grotescamente con el hilo demarcador, mi cráneo sonó contra el piso de cemento que continuaba tras la quinta. Recuerdo la música, el sonido de tambor haciendo eco en el interior de mi cráneo (¿vacío ya en esa época?). Música sin imágenes y luego un cálido despertar entre los brazos de mi padre para, descubrir, conscientemente por primera vez, su rostro aterrado.
* Quizás no debí sobrevivir a mi gusto por el mar.
También fue mi padre quien me sacó del agua cuando yo, con 5 años de edad, me creí lo suficientemente hábil como para no necesitar hacer pie y así flotar cómodamente. El caso es que yo era una linda boyita hasta que quise volver a la costa y noté que no sabía nadar (al menos no tan bien como mi imaginación me dijo). Mi padre tenía el agua hasta la cintura cuando me sacó, pero yo, la tenía más alta que el cuello.
* Quizás no debí sobrevivir a la peritonitis.
Cerca de los 10 años de edad, tuve apendicitis. Los médicos que ven su trabajo como cualquier otro, suelen equivocarse. Me diagnosticaron una indigestión. Pasaron dos días más y yo ya no soportaba el dolor. Puesto que no movía el intestino, recomendaron a mi madre aplicar enemas. Por suerte un verdadero profesional (un amigo horticultor, hombre de campo que tenía un vivero y que era vecino) me vio a tiempo. –“Esto es el apéndice” dijo –“si le hacés una enema lo matás, llamá a un médico como la gente lo más rápido que puedas”.
Así mi madre se contactó con un tío de Buenos Aires, quien llamó a la clínica, llegó un médico muy joven a casa, me revisó y confirmó el dato. Me llevaron de urgencia en ambulancia. Me esperaban en la puerta de la clínica, me dieron a elegir el tipo de anestesia mientras subía en el ascensor en silla de ruedas. El quirófano estaba listo. Le comentaron a mi madre que estaba muy pasado de tiempo y esperaban poder solucionarlo. Luego me mostraron la tripa que me habían sacado: me había salvado por 2 milímetros de intestino sano, apenas unas horas más de infección…
* Quizás no debí sobrevivir a mi gusto por correr.
Una noche, caí en una zanja de desagüe cloacal al salir corriendo de casa. Olvidé que estaba la canaleta de metro y medio de profundidad con el caño de cemento en el interior y aterricé sobre él con mi frente. Estaba oscuro, me levanté, salí de la fosa y seguí mi camino hacia el almacén. Antes de media cuadra la sangre me cubría el ojo izquierdo y no fue hasta llegar a la luz que noté que se trataba de sangre. El golpe me había anestesiado y no me daba cuenta de lo sucedido.
* Quizás no debí sobrevivir a mi bicicleta.
Armaba y desarmaba bicicletas con un amigo. Le poníamos accesorios de todas clases. Hasta tenía luz de giro y de stop. Nos gustaba correr entre los atascamientos de autos, allí donde quedaban pequeños pasos entre los vehículos. O lanzarnos por las pendientes, donde una bicicleta de paseo de un niño de 12 años zumbaba en sus rulemanes y alcanzaba una velocidad cercana a los 75 km/h. Justo donde una caída hubiera sido fatal, sin contar con que lo hacíamos acompañando a los autos, a través de cuyas ventanillas bajas preguntábamos la velocidad a la que iban: nos gustaba la cara de sorpresa cuando leían el velocímetro y nos veían a su lado a esa velocidad. O quizás hubiera sido fatal la oportunidad en que, muy concentrados en nuestra carrera con un auto, no quisimos ceder viendo que teníamos una oportunidad en el cuello de botella que se formaba en una rotonda y nos saco de la concentración la bocina de un colectivo que vimos a 15 cm de nuestra cabeza, sobre el lado derecho, cuando mirábamos al izquierdo para aprovechar un hueco entre los autos que doblaban y su indecisión para ver quién pasaba primero. En ese hueco nos metimos sin notar que el espacio que hacían no era por una duda sino para dar paso al colectivo, delante del cual nos cruzamos.
Quizás hubiera tenido un final trágico aquel episodio en que tomábamos velocidad con la bicicleta y tratábamos de pararnos en un solo pedal y tomar el manubrio con una sola mano. Estando nuestro cuerpo vertical, inclinábamos la bicicleta. De ese modo tomábamos la esquina: el desafío era tener, además de equilibrio y coordinación, la suficiente fuerza de brazo como para torcer el manubrio pues de otro modo la bici no doblaría y terminaríamos de cabeza en la pared de enfrente.
Ese día, yo doblaba, muy concentrado en mi esfuerzo, sin ver que un auto me estaba por arrollar. Efectivamente, golpeó con el paragolpes en mi pedal. Yo salí volando mientras la bicicleta se hizo un bollo pasando por debajo del auto y terminando en algo parecido a un ovillo de lana. Mientras tanto, yo volaba, cruzaba la vereda, la línea de construcción pasando por sobre un alambrado que delimitaba el terreno baldío y caía, de espaldas justo sobre un cardo y mi cabeza pegaba de nuca justo sobre un pedazo de ladrillo. De haber una casa ahí, me hubiera estampado en la pared y me tendrían que haber sacado con espátula como a un mosquito al que se le ha matado de un zapatillazo. El ladrillo en la nuca tampoco me mató, no sé por qué. Demás está decir que era verano y la única indumentaria era mi short, de modo que las espinas del cardo se quedaron en mi espalda y piernas como su tuviera medio cuerpo con sarampión avanzado… Detrás del auto venía un taxi, que se detuvo y me llevó hasta casa. Recuerdo que nos reímos mucho de mi desventura aunque yo estaba mareado. También recuerdo que, llegados a casa, me sacó en brazos del auto, tocó timbre y salir mi madre desesperada por mi estado, el taxista le preguntó: “Señora ¿Esto es su hijo?” Efectivamente, yo parecía una cosa mas que una persona.
Quizás mi día fue aquel en que corríamos por el parque Camet, el grupo de compañeros del colegio Industrial. Hacíamos todo tipo de locuras como subir por la rampa que se utiliza para subir ganado a los camiones para seguir como si nada cuando esta se terminaba. Uno de nosotros se asustó y bajó la velocidad. Al llegar al final de la rampa simplemente cayó a plomo. Por un momento su bicicleta quedó vertical, con las ruedas apoyadas sobre la pared vertical de la rampa, para luego caer burdamente de cabeza al piso. A mi me gustaban más los terrenos de pasto. Justo al saltar de una loma sentí un golpe. Era un pequeño pozo en que apoyó mi rueda delantera en el momento de mayor velocidad. Se quebró el eje que une al manubrio con la horquilla de modo que el manubrio se soltó hacia arriba, la rueda hacia abajo y el cuadro de la bicicleta (conmigo a bordo) pasamos por el medio. Al caer al piso apoyó la rueda trasera, inmediatamente quiso apoyar la delantera (la que ya no estaba) porque lo que se apoyó en la tierra, mejor dicho, se clavó en la tierra fue la punta delantera del cuadro. Así supe lo que siente el “hombre bala” del circo, pues pasé a vuelo rasante por varios canteros con florcitas para derrapar en el paso por varios metros en un aterrizaje del que no podría enorgullecerme de ninguna manera. Yo no veía lo que había del otro lado de la loma. De no haber estado despejado otro tendría el trabajo de relatar esto.
* Quizás no debí sobrevivir a la electricidad.
Estaba yo en el colegio industrial, pasaba por los talleres y aprendía mucho. Mi instinto de investigación se exacerbaba y uno de los temas fue la electricidad y la electrónica que nunca llegué a cursar. Sin embargo, había en casa libros de electrónica y, con mis escasos conocimientos, leía y trataba de comprender lo imposible para mis recursos culturales. Había en casa, arrumbada, una vieja radio de válvulas, que no funcionaba. Así es que revivió para ser víctima de mis experimentos. Ya desarmada, el chasis yacía sobre la mesa y una tarde, volviendo de la playa, me dio por volver a examinarla. La enchufé, la encendí y debo haber sufrido mi primer ataque de pasión egoísta porque ya no podía soltarla. Efectivamente, me había olvidado de calzarme y mi cuerpo aún tenía la sal del mar por encima que, dicho sea de paso, es muy buena conductora de la electricidad. Así es como sentí mi primer “cosquilleo” en las entrañas sin siquiera haberme enamorado. Yo trataba de soltarlo y el chasis paseaba por la mesa sin soltar mi mano. De algún modo extraño tomé conciencia de la situación, dejé de zarandear a la pobre radio y asumí la situación. Mientras mi corazón y mis tripas se tensaban como para romperse, me puse en paz y simplemente solté la perilla metálica de la radio. Eso fue suficiente, sin embargo, no siempre lo es. Luego los adultos se preguntan por qué los chicos se creen inmortales o actúan como si lo fueran…
* Quizás no debí sobrevivir a los explosivos.
Mi curiosidad abarcaba diversos temas, algunos de ellos no eran peligrosos (¡Y aun así me atraían!). Otros, como la posibilidad de hacer pólvora casera para hacer petardos, me podían llevar a quemarme los pelos.
Luego de mucha investigación encontré la forma de hacer una mezcla que prometía. Efectivamente, era una mezcla eficiente, pero en ese entonces yo no sabía cómo funcionaba la pólvora y, por ese motivo, no conseguía la explosión sino que se quemaba lentamente. Algo que leí pareció darme la idea de que debía estar encerrada como para juntar presión. El concepto no era exacto, pero mejoró un poco la cosa. Así es que terminé por hacer un cartucho, algo grande, por cierto, y que prometía… Lo armé, lo puse en el terreno de al lado de mi casa, puse un dispositivo de retardo basado en mecha lenta casera, lo encendí y fui corriendo a la terraza para poder observar el resultado a una distancia segura. Yo no conocía por ese entonces el método del camino de tierra como cortafuegos, pero todo parecía seguro y, como dije ya dos veces, prometía… así me enteré que prometía un gran desastre pues, si bien no explotó, funcionó como una buena bengala. La llamarada era fuerte y duradera, tanto que comenzó a incendiar el paso del terreno. La pared de garaje de casa adquiría la tibieza de un hogar… el terreno ardía… un vecino llamaba a los bomberos… y yo me escondía.
Un poco más arriesgado fue el día que encontré una granada casera en la playa. Caminaba con un amigo de tropelías cuando vimos a un borracho buscando tesoros en la arena. Buscaba a la derecha con un tumbo y con el otro buscaba a la izquierda. Avanzaba sin terminar de caer. Tenía un equilibrio tan maravilloso que caminaba en zigzag sin tropezar ni caer mientras alzaba su cara al pleno sol del verano, protegido, únicamente, por la sombra de la botella de la que estaba bebiendo. Este pirata de las playas, levantó un objeto del suelo, era un tubo de aerosol que, curiosamente, tenía una manija al costado. Comenzó a tirar de ella como para abrirlo y ahí notamos que, lo que parecía ser la tapa que cubre al pico era, en realidad, un objeto metálico del que partía la palanca. Eso era una granada casera !!!! Corrimos tras una piedra para ponernos a cubierto pensando que si lograba abrirla sería difícil que mantuviera en orden su peinado. No pudo y la tiró para seguir su camino. Mi amigo decidió volver a su casa mientras yo pensé que era un peligro eso ahí y que, si no había explotado en las manos de un borracho, no tenía por qué explotar en las mías (bueno, en ese momento me pareció un razonamiento lógico). Tomé la granada, la llevé a un terreno baldío lindero a la costa con casi tres manzanas de descampado, la coloqué en el centro (donde menos daño podría hacer la onda expansiva mientras que, entre el pastizal, no era probable que nadie la encontrase) até una bolsa de supermercado a una rama para poder localizarla desde lejos y me volví a mi casa. Llamé a la policía para dar aviso. Se presentaron rápidamente y con el lógico temor de que fuera una emboscada. Luego fuimos en el patrullero hasta el terreno, les señalé el punto donde estaba, la retiraron y se fueron sin siquiera saludar… ufa! A esta altura yo tenía ya 16 años y me parece bien detenerme aquí en la historia… por mi propio bien, por supuesto.
La cuestión es que me sorprende mucho cuando a la gente le parece muy natural seguir viva después de muchos años. Me llama la atención cuando creen que la muerte es algo lejano en lo que no cabe ni pensar. Me pregunto qué les da la idea de que lo natural es vivir hasta la vejez.
Yo miro hacia atrás en el camino andado y apenas puedo creer en la cantidad de eventos inusuales que se han dado en mi vida para que yo pueda estar aquí ahora.
Yo miro el presente, de sociedades agotadas, de descontento, de penurias y no puedo comprender cómo tenemos problemas demográficos por exceso de gente ¿Es que todos han pasado por hechos extraordinarios, necesariamente encadenados contra toda probabilidad, para poder estar todos juntos aquí y ahora?
Yo miro al futuro y pienso que debí haber muerto en alguna de las veces que relaté (que no son todas) porque esto sigue empeorando y temo, sinceramente...
... no volver a tener otra oportunidad !!!.
sábado, 17 de noviembre de 2012
La danza de las polaridades
Cuando se siente la necesidad de realización:
El hombre se pregunta qué puede hacer para lograrlo;
la mujer se pregunta qué pueden hacer los demás para que ella lo logre.
Es que el objetivo del hombre está en sí mismo, mientras que el de la mujer está en el hombre: la mujer le pone leyes como la naturaleza material pone leyes al espíritu.
Y aun así el espíritu se expresa mejor en la materia y el hombre se expresa mejor en la mujer: ambos maduran en la lucha que mantienen, en su guerra noble.
A veces es tan difícil creer que el espíritu puede hacerse creador dentro del corsé de la materia, como que el hombre pueda realizarse dentro de lo que le permite la mujer.
En los países cultos, al espíritu que se realiza se lo llama Dios, y al humano que se realiza, sin importar si es hombre o mujer, también.
El hombre se pregunta qué puede hacer para lograrlo;
la mujer se pregunta qué pueden hacer los demás para que ella lo logre.
Es que el objetivo del hombre está en sí mismo, mientras que el de la mujer está en el hombre: la mujer le pone leyes como la naturaleza material pone leyes al espíritu.
Y aun así el espíritu se expresa mejor en la materia y el hombre se expresa mejor en la mujer: ambos maduran en la lucha que mantienen, en su guerra noble.
A veces es tan difícil creer que el espíritu puede hacerse creador dentro del corsé de la materia, como que el hombre pueda realizarse dentro de lo que le permite la mujer.
En los países cultos, al espíritu que se realiza se lo llama Dios, y al humano que se realiza, sin importar si es hombre o mujer, también.
Una extraña historia de amor (2) - Hoy quiero preguntarte
Hoy quiero preguntarte acerca de la diferencia entre lo que muestras a mis ojos y lo que das de comer a mi alma.
Porque el otro día hablamos abiertamente y compartimos ese nerviosismo, ese pudor de la desnudez que viene cuando pones frente al otro algo de esas piedras preciosas que supimos extraer del mundo, esas gemas de que te hablé antes, que no exponemos a ojos ajenos, pero cuyos destellos gustamos obsequiar. Porque la gema es trabajo de cada uno, pero los destellos muestran el camino a los buscadores.
Y mostrar esas joyas nos pone un poco tensos, y ver su coincidencia nos estremece porque sus brillos se aumentan y pronto estamos deslumbrados y sorprendidos cosa que, te dije, has aprendido a regular, aunque también a ocultarlo de mi presencia. Como esa niña de la que te conté una vez, con una sonrisa hecha de luz, que abrió sus alas y me dejó abandonado al dolor de mi libertad.
Esa vez estaba parada sobre los escombros, pues se había quitado su maquillaje y sus atuendos. Y hoy que hemos hablado y te veo vocera de aquella por estar más cerca, he deseado ver lo que ha sido en estos años. He subido entonces a las tierras altas y de allí a la cima desde la que el tiempo se ve como una cinta y vía de acontecimientos. Me he parado allí donde la morada que construimos el uno para el otro. Y he mirado hacia atrás, lo que no vi en su momento. Y he visto a la niña acarrear sus piedras con dificultad y lentamente construir el hogar prometido. Y me he visto a mí haciendo lo mismo para ti. Porque no preparas mejor tu casa, ni te vistes de la mejor manera sino para deleite de aquel a quién obsequias y es que no te alimentas de lo que cocinas sino de la alegría de quien se alimenta con lo que das.
Pero he aquí que estoy en ese lugar y no veo el hogar sino una basílica, porque las piedras se edificaron con un sentido más alto que uno mismo. Y alguien me enseñó que los templos son trampas para cazar dioses, de modo tal que construyes un templo cuando quieres que un Dios guíe a tu pueblo o cuando buscas el silencio de las catedrales que te lleva a la tierra de los dioses. Entonces invitas a tus seres queridos, a tus pares, y compartes. Porque no amas a la persona que acompañas sino a Dios que se muestra asequible a través de él.
Y te veo, mujer hecha templo, que en el lugar sagrado de la construcción están nuestras gemas. Y a través de los muros me llega su luz que no lo es sólo de los ojos. Y siento que brillan con luces de mundos por encima de nosotros. Y los reflejos son voces de quienes nos invitan a subir... Pero he aquí que el desafío no es poco y quizá temes que al tomarte de la mano y entrar en el templo, cuando las gemas se encienden en el ritual de que te hablé también hace tiempo, cuando el destello de las almas incandescentes convoca un dios para el templo, te lleve a desafíos más allá de tus fuerzas.
Así te veo rehusarme una y otra vez, como yo lo hice también cuando me sentí mal interpretado.
Y quiero hoy preguntarte por la diferencia entre lo que muestras a mis ojos y esa basílica construida, ese corazón maduro, esa gema que resplandece y ese silencio que espera y que es un grito que invita a cazar dioses para que nos enseñen a ser como ellos.
Porque el otro día hablamos abiertamente y compartimos ese nerviosismo, ese pudor de la desnudez que viene cuando pones frente al otro algo de esas piedras preciosas que supimos extraer del mundo, esas gemas de que te hablé antes, que no exponemos a ojos ajenos, pero cuyos destellos gustamos obsequiar. Porque la gema es trabajo de cada uno, pero los destellos muestran el camino a los buscadores.
Y mostrar esas joyas nos pone un poco tensos, y ver su coincidencia nos estremece porque sus brillos se aumentan y pronto estamos deslumbrados y sorprendidos cosa que, te dije, has aprendido a regular, aunque también a ocultarlo de mi presencia. Como esa niña de la que te conté una vez, con una sonrisa hecha de luz, que abrió sus alas y me dejó abandonado al dolor de mi libertad.
Esa vez estaba parada sobre los escombros, pues se había quitado su maquillaje y sus atuendos. Y hoy que hemos hablado y te veo vocera de aquella por estar más cerca, he deseado ver lo que ha sido en estos años. He subido entonces a las tierras altas y de allí a la cima desde la que el tiempo se ve como una cinta y vía de acontecimientos. Me he parado allí donde la morada que construimos el uno para el otro. Y he mirado hacia atrás, lo que no vi en su momento. Y he visto a la niña acarrear sus piedras con dificultad y lentamente construir el hogar prometido. Y me he visto a mí haciendo lo mismo para ti. Porque no preparas mejor tu casa, ni te vistes de la mejor manera sino para deleite de aquel a quién obsequias y es que no te alimentas de lo que cocinas sino de la alegría de quien se alimenta con lo que das.
Pero he aquí que estoy en ese lugar y no veo el hogar sino una basílica, porque las piedras se edificaron con un sentido más alto que uno mismo. Y alguien me enseñó que los templos son trampas para cazar dioses, de modo tal que construyes un templo cuando quieres que un Dios guíe a tu pueblo o cuando buscas el silencio de las catedrales que te lleva a la tierra de los dioses. Entonces invitas a tus seres queridos, a tus pares, y compartes. Porque no amas a la persona que acompañas sino a Dios que se muestra asequible a través de él.
Y te veo, mujer hecha templo, que en el lugar sagrado de la construcción están nuestras gemas. Y a través de los muros me llega su luz que no lo es sólo de los ojos. Y siento que brillan con luces de mundos por encima de nosotros. Y los reflejos son voces de quienes nos invitan a subir... Pero he aquí que el desafío no es poco y quizá temes que al tomarte de la mano y entrar en el templo, cuando las gemas se encienden en el ritual de que te hablé también hace tiempo, cuando el destello de las almas incandescentes convoca un dios para el templo, te lleve a desafíos más allá de tus fuerzas.
Así te veo rehusarme una y otra vez, como yo lo hice también cuando me sentí mal interpretado.
Y quiero hoy preguntarte por la diferencia entre lo que muestras a mis ojos y esa basílica construida, ese corazón maduro, esa gema que resplandece y ese silencio que espera y que es un grito que invita a cazar dioses para que nos enseñen a ser como ellos.
La Tormenta
Y vino la tormenta sobre mis tierras.
Entonces subí a la torre para ver los acontecimientos, y he aquí que los eventos se transfiguraron pues el tiempo fue extensión contenida en mis momentos y el mundo era contenido en mis tierras.
Eran los tiempos negros y cada nube un matiz de esta oscuridad. Era la lluvia y cada gota un alma que, guiada por su propio peso, viene a nutrir la tierra y a posibilitar que un duro mineral llegue a ser parte del pétalo de una flor. Y pronto ves a la gota caída emerger desde la flor en forma de perfume. Y luego de muchas gotas descendidas, un rayo, que no cae, como dice la gente, sino que asciende, como equilibrio entre cielo y tierra. Tanto como baja tiene que subir y esas miles de almas gordas, que se desploman sobre la tierra hoy, volverán al cielo, como una entidad única, volátil y poderosa: esa chispa que cruza el abismo, ese puente de luz, ese cordón umbilical por el que nace un dios en el cielo. Ese surco en la mar, que deja la gota cuando, luego de caída se ha sutilizado en savia y ésta en perfume, que, a su vez, en luz y aún ésta en el poder de retornar al hogar.
¿Qué cuánto ha pasado? Quizá millones de años ¡¡ Qué importa !! Y te miro, y te contesto – he estado aquí por unos minutos.
Entonces te hablo de la majestad de la tormenta en estos términos:
- Estamos acostumbrados a los días bellos, de clara luz de sol, de tibieza que alza suavemente las gotas hacia las nubes, y con la misma tibieza caer la bruma lentamente. Pero hoy he visto algo sorprendente: en los tiempos más negros, cuando vienen las gotas más gordas, y hasta el duro granizo; en este mismo tiempo asciende la más pura chispa, no una gota, no varias gotas, que gotas van y gotas vuelven, sino esa inexplicable fuerza, ese anhelo del árbol, que se alza como el más alto, con un tronco como brazo que asciende, coronado por una mano que se estira para tomar al cielo; y desde él, una chispa que cumple el sueño, de esa alma que se va, y sus ramas que se quiebran y caen, como aquella pesada carga que es soltada, ese lastre abandonado para el ascenso del que no ha de volver a ser ya una gota.
Entonces vi tus ojos; hice silencio, comprendiendo que no tenían sentido mis palabras en estas tierras. Hice silencio y debo haberme demorado sobre tus ojos ya que, como respondiendo a una pregunta no formulada, dijiste, simplemente, humanamente: “- A mi, las tormentas me asustan”.
Eran los tiempos negros y cada nube un matiz de esta oscuridad. Era la lluvia y cada gota un alma que, guiada por su propio peso, viene a nutrir la tierra y a posibilitar que un duro mineral llegue a ser parte del pétalo de una flor. Y pronto ves a la gota caída emerger desde la flor en forma de perfume. Y luego de muchas gotas descendidas, un rayo, que no cae, como dice la gente, sino que asciende, como equilibrio entre cielo y tierra. Tanto como baja tiene que subir y esas miles de almas gordas, que se desploman sobre la tierra hoy, volverán al cielo, como una entidad única, volátil y poderosa: esa chispa que cruza el abismo, ese puente de luz, ese cordón umbilical por el que nace un dios en el cielo. Ese surco en la mar, que deja la gota cuando, luego de caída se ha sutilizado en savia y ésta en perfume, que, a su vez, en luz y aún ésta en el poder de retornar al hogar.
¿Qué cuánto ha pasado? Quizá millones de años ¡¡ Qué importa !! Y te miro, y te contesto – he estado aquí por unos minutos.
Entonces te hablo de la majestad de la tormenta en estos términos:
- Estamos acostumbrados a los días bellos, de clara luz de sol, de tibieza que alza suavemente las gotas hacia las nubes, y con la misma tibieza caer la bruma lentamente. Pero hoy he visto algo sorprendente: en los tiempos más negros, cuando vienen las gotas más gordas, y hasta el duro granizo; en este mismo tiempo asciende la más pura chispa, no una gota, no varias gotas, que gotas van y gotas vuelven, sino esa inexplicable fuerza, ese anhelo del árbol, que se alza como el más alto, con un tronco como brazo que asciende, coronado por una mano que se estira para tomar al cielo; y desde él, una chispa que cumple el sueño, de esa alma que se va, y sus ramas que se quiebran y caen, como aquella pesada carga que es soltada, ese lastre abandonado para el ascenso del que no ha de volver a ser ya una gota.
Entonces vi tus ojos; hice silencio, comprendiendo que no tenían sentido mis palabras en estas tierras. Hice silencio y debo haberme demorado sobre tus ojos ya que, como respondiendo a una pregunta no formulada, dijiste, simplemente, humanamente: “- A mi, las tormentas me asustan”.
Amor, locura, comedia...
Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando El ABURRIMIENTO había bostezado por tercera vez, LA LOCURA, como siempre tan loca, les propuso:
¿Vamos a jugar a los escondidos?
LA INTRIGA levantó la ceja intrigada y LA CURIOSIDAD, sin poder contenerse pregunto: ¿A los escondidos? ¿Y como es eso?
Es un juego - explico LA LOCURA, en que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que me encuentre ocupara mi lugar para continuar el juego.
EL ENTUSIASMO bailo secundado por LA EUFORIA, LA ALEGRÍA dio tantos saltos que termino por convencer a LA DUDA, e incluso a LA APATÍA, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar, LA VERDAD prefirió no esconderse. ¿Para que? Si al final siempre la hallaban, y LA SOBERBIA opino que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y LA COBARDÍA prefirió no arriesgarse... Uno, dos, tres... comenzó a contar LA LOCURA.
La primera en esconderse fue LA PEREZA, que como siempre se dejo caer tras la primera piedra del camino.
LA FE subió al cielo y LA ENVIDIA se escondió tras la sombra del TRIUNFO, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
LA GENEROSIDAD casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos, que si ¿un lago cristalino? ideal para LA BELLEZA. Que si la ¿hendija de un árbol? Perfecto para LA TIMIDEZ. Que si el ¿vuelo de la mariposa? Lo mejor para LA VOLUPTUOSIDAD. Que si ¿una ráfaga de viento? Magnifico para LA LIBERTAD. Así termino por ocultarse en un rayito de sol.
EL EGOÍSMO, en cambio encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo... pero sólo para él.
LA MENTIRA se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y LA PASIÓN y EL DESEO en el centro de los volcanes.
EL OLVIDO... se me olvido donde se escondió... pero eso no es lo importante.
Cuando LA LOCURA contaba 999.999, EL AMOR aun no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado... hasta que diviso un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus flores.
Un millón- contó LA LOCURA y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue LA PEREZA solo a tres pasos de una piedra. Después se escucho LA FE discutiendo con Dios en el cielo sobre Teología, y LA PASIÓN y El DESEO los sintió en el vibrar de los volcanes.
En un descuido encontró a LA ENVIDIA y claro, así pudo deducir donde estaba EL TRIUNFO. EL EGOÍSMO no tuvo ni que buscarlo. El solito salió disparado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a LA BELLEZA y con LA DUDA resulto más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aun de que lado esconderse.
Así fue encontrando a todos, EL TALENTO entre la hierba fresca, a LA ANGUSTIA en una oscura cueva, a LA MENTIRA detrás del arco iris... (mentira, si ella estaba en el fondo del océano) y hasta EL OLVIDO... que ya se le había olvidado que estaba jugando a los escondidos, pero solo EL AMOR no aparecía por ningún sitio.
LA LOCURA busco detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas y cuando estaba por darse por vencido diviso un rosal y las rosas... Y tomo una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso grito se escucho.
Las espinas habían herido en los ojos al AMOR; LA LOCURA no sabía que hacer para disculparse, lloro, rogó, imploro, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces; desde que por primera vez se jugo a los escondidos en la tierra:
EL AMOR ES CIEGO Y LA LOCURA SIEMPRE LO ACOMPAÑA.
LA INTRIGA levantó la ceja intrigada y LA CURIOSIDAD, sin poder contenerse pregunto: ¿A los escondidos? ¿Y como es eso?
Es un juego - explico LA LOCURA, en que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que me encuentre ocupara mi lugar para continuar el juego.
EL ENTUSIASMO bailo secundado por LA EUFORIA, LA ALEGRÍA dio tantos saltos que termino por convencer a LA DUDA, e incluso a LA APATÍA, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar, LA VERDAD prefirió no esconderse. ¿Para que? Si al final siempre la hallaban, y LA SOBERBIA opino que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y LA COBARDÍA prefirió no arriesgarse... Uno, dos, tres... comenzó a contar LA LOCURA.
La primera en esconderse fue LA PEREZA, que como siempre se dejo caer tras la primera piedra del camino.
LA FE subió al cielo y LA ENVIDIA se escondió tras la sombra del TRIUNFO, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
LA GENEROSIDAD casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos, que si ¿un lago cristalino? ideal para LA BELLEZA. Que si la ¿hendija de un árbol? Perfecto para LA TIMIDEZ. Que si el ¿vuelo de la mariposa? Lo mejor para LA VOLUPTUOSIDAD. Que si ¿una ráfaga de viento? Magnifico para LA LIBERTAD. Así termino por ocultarse en un rayito de sol.
EL EGOÍSMO, en cambio encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo... pero sólo para él.
LA MENTIRA se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y LA PASIÓN y EL DESEO en el centro de los volcanes.
EL OLVIDO... se me olvido donde se escondió... pero eso no es lo importante.
Cuando LA LOCURA contaba 999.999, EL AMOR aun no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado... hasta que diviso un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus flores.
Un millón- contó LA LOCURA y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue LA PEREZA solo a tres pasos de una piedra. Después se escucho LA FE discutiendo con Dios en el cielo sobre Teología, y LA PASIÓN y El DESEO los sintió en el vibrar de los volcanes.
En un descuido encontró a LA ENVIDIA y claro, así pudo deducir donde estaba EL TRIUNFO. EL EGOÍSMO no tuvo ni que buscarlo. El solito salió disparado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a LA BELLEZA y con LA DUDA resulto más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aun de que lado esconderse.
Así fue encontrando a todos, EL TALENTO entre la hierba fresca, a LA ANGUSTIA en una oscura cueva, a LA MENTIRA detrás del arco iris... (mentira, si ella estaba en el fondo del océano) y hasta EL OLVIDO... que ya se le había olvidado que estaba jugando a los escondidos, pero solo EL AMOR no aparecía por ningún sitio.
LA LOCURA busco detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas y cuando estaba por darse por vencido diviso un rosal y las rosas... Y tomo una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso grito se escucho.
Las espinas habían herido en los ojos al AMOR; LA LOCURA no sabía que hacer para disculparse, lloro, rogó, imploro, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces; desde que por primera vez se jugo a los escondidos en la tierra:
EL AMOR ES CIEGO Y LA LOCURA SIEMPRE LO ACOMPAÑA.
Envase de pasión
Mujer:
eterno frasco en que guarda Dios La Pasión.
Hombre que
toma una gota de su cuerpo gana la salud. (fortaleza y alegría)
Hombre que
huele su perfume, genera artes y ciencias.
Hombre que
percibe su Luz, se supera a sí mismo.
Hombre que
abraza el frasco y se combina con su contenido, se iguala a Dios
Un hombre
así, hace que cada frasco sea consciente de su contenido, como si lo llenara de
Pasión
Y lo deja a
la vera del sendero,
para que
cada caminante
tenga su
oportunidad de igualarse a Dios.
viernes, 16 de noviembre de 2012
Oda para Carhué y Epecuén
Reseña histórica previa:
En Argentina, provincia de Buenos Aires, al sudoeste, se encuentra el pueblo llamado Carhué.
[Link a Wikipedia, página de Carhué]
Fundado en 1887, al lado del lago Epecuén cuyas aguas termales tienen propiedades salinas curativas, tuvo el destino de ser una ciudad balnearia, a orillas del mencionado lago y con un desarrollo privilegiado: Hosterías, piletas de natación y hoteles internacionales.
Que si te conozco aquí en Carhué,
En Argentina, provincia de Buenos Aires, al sudoeste, se encuentra el pueblo llamado Carhué.
[Link a Wikipedia, página de Carhué]
Fundado en 1887, al lado del lago Epecuén cuyas aguas termales tienen propiedades salinas curativas, tuvo el destino de ser una ciudad balnearia, a orillas del mencionado lago y con un desarrollo privilegiado: Hosterías, piletas de natación y hoteles internacionales.
Foto: http://sobreargentina.com/2009/07/19/aguas-curativas-en-carhue/
Epecuén es uno de un grupo de lagos encadenados. Cuando, en el año 1985, la imprevisión de nuestros políticos omitió obras internas necesarias y omitió también el necesario acuerdo con el país hermano Brasil sobre la zona en que nuestros países tienen dos represas hidroeléctricas; medio país quedó bajo las aguas. En ese momento, un intendente que tampoco realizó las obras necesarias ni acuerdos locales, al verse asediado por el agua, desvió la ruta al lago siguiente en la cadena.
La consecuencia fue la desaparición inmediata de la Villa Lago Epecuén, devorada por el lago en su crecida.
Fotos aéreas: http://www.welcomeargentina.com/carhue/imagenes/carhue-villa-epecuen-8100.html
Con el tiempo, el agua se fue evaporando y sobre el terreno quedó la gruesa capa de sales que dan las propiedades curativas al agua.
Los pobladores, me refiero a los que no se suicidaron y a los que no se fueron, se trasladaron a pocas calles, terreno arriba: a Carhué, para comenzar de nuevo.
Foto: http://www.ruta0.com/carhue/fotos/cristo-1735.htm
Ahora si, vamos a la Oda para Carhué y Epecuén
Llego a ti
en otoño,
época de
hojas muertas,
que no por
muertas menos bellas.
Llego a ti,
ciudad larva,
esqueleto
flotante,
navío
encallado en la mar.
Y te veo de
frente
con tu cara
pálida
y tu velo
de novia abandonada en el altar.
Veo tu
cuerpo seco,
blanco de
sal, seco de cal,
Ciudad de
pies mojados, de árboles pálidos y sin vida,
que semejan
manos tensas de los recién devorados por el pantano,
frías de
estatua en el último hálito de su pedido de auxilio.
exhalación
de tumba, que susurra historias antiguas,
que
contagia sensaciones y sentimientos.
Historias
contadas por un viento que trae almas,
y que son
aplaudidas por las manos de esqueletos
y por las
alas de los pájaros que vigilan mi estupor.
Pájaros que
cantan
con el
sonido de aplausos de huesos,
de
castañuelas de yeso, cuyas notas se quiebran y desgranan.
Y forman en
el suelo, para la novia abandonada, su blanco velo.
Ciudad que
no invitas a pasar ni me recibes como huésped,
pues mi
calor perturba tu sepulcro
y promueve
griteríos entre tus invisibles habitantes.
En verdad
esos pájaros son espectros,
guardianes
alados nacidos de los dueños,
para
custodio de sus propiedades.
Que si te conozco aquí en Carhué,
y has
vivido en Epecuén, puedes darlo por sentado,
caminaré
por las entrañas de la Ciudad
y por el
resonar del eco de tu alma
sabré cual
fue tu antiguo hogar.
Y esos
dueños que son niños de ojos recién abiertos,
de
reencarnación temprana tal que amanecen a nueva vida
antes de
terminar la noche de la anterior.
Es la
nostalgia de la nueva vida que despierta
y ve junto
a sí, al cuerpo sin vida de la precedente.
Es como hacer
un cuerpo en que nacer
y desde
ese, enterrar al anterior.
¡¡ Qué
enseñanza de la vida !! poblador del Lago,
acerca de
los ciclos y la continuidad de la vida.
Te han
invitado a la silla de aquel que crea los pájaros
que a golpe
de pico demuelen ciudades;
de aquel
que crea niños
capaces de
erigir nuevos poblados
De aquel
que te ha creado a ti
y te invita
a ver su obra (y en ese momento casi entiendes lo que quiere).
Y cuando
bajas de la silla,
si es que
te has sobrepuesto ya, cuando vuelves a tu tarea,
puedes
tener esa alegría de saber que tú, su mano derecha y su invitado,
eres elegido
para guiar su obra.
Que si
vences en esta batalla,
que si te
entierras con las mismas manos con que creas,
y si lo que
creas se sostiene más allá de la Epecuén,
volverás a
la silla en que te has sentado;
pero esta
vez te será ofrecida por un hermano.
La vejez y la muerte
Hoy me acompaña el Cosmos; no hay humanos en mi derredor. Mi cuerpo recibe suave sol y respira perfumada brisa, pero mi alma soporta los azotes del viento fuerte y fresco de lo descampado. Qué enorme poder viene de la soledad!
Cuando el viento sopla firme, abre las alas el alma y se alza a los aires más cálidos del espíritu. Pero Ay! que más alto vuela y más duro es el clima; y sin embargo ella parece saber lo que busca.
Siempre que tiene oportunidad de volar, (siempre que el cuerpo no es molestado y ella ha hecho silencio, sintiendo los fuertes y fríos vientos de la soledad), se acerca al puente.
Allí, en lo más alto, donde ya casi no se puede subir más, allí comienza el puente y, a mitad de éste, se halla el velo -así le llaman al límite donde las almas se detienen porque la desesperación y el temor a la muerte no les permiten avanzar más. Allí también quería ir mi ave alada.
El alma ocupada con sus sentimientos y pensamientos, suele no darse cuenta de su propia condición, pues tiene los ojos puestos en lo que sucede a su alrededor antes que en sí misma. Pero al llegar al puente hay un sector en que no se puede ascender más sin antes pasar por un corredor de espejos.
Se dice que el alma capaz de cruzar por la salida correcta debe ser tan pura como para hacerse totalmente transparente, pues la señal que indica el camino siempre se halla detrás de la propia imagen. Algunos cuentan, además, que los diversos grados de transparencia de cada alma, distorsionan la visual de modo tal que siempre terminan confundidas y saliendo por caminos secundarios. Sólo el alma totalmente diáfana, verá con claridad la indicación y saldrá directamente a través del último de los velos.
A pesar de esto, la mayoría de las almas que intentan llegar, sin poseer las adecuadas condiciones, suelen horrorizarse ante sus propias imágenes en los espejos, y salen corriendo hacia las tierras bajas nuevamente. Allí se las puede ver deambulando nerviosas y tratando de estar siempre ocupadas para no tener que soportar el recuerdo de la propia apariencia. También acostumbran (lo que tiene el mismo efecto) a "emborracharse para olvidar", de suerte que prefieren las visiones del delirium tremens de sus propias mentiras antes que la vista de sí mismas.
Otra cosa habitual en ellas es que, siendo conscientes de su condición, atacan y se sienten agredidas por todas aquellas que son más firmes para mirarse. Es el dolor del deber no cumplido que las traiciona.
En contadas oportunidades mi alma ha estado ante el último velo, llevada casi inconsciente hasta allí, y sin saber después cómo llegar nuevamente hasta él. Esto no es raro, pues el espíritu suele darle pequeñas vislumbres para animarla cuando ella se decae.
Allí, ante el último velo, se detuvo mi alma por no tener el valor de cruzar. Se sentó a un costado desde podía observar es difícil límite. Y así vio muchas cosas.
Algunas veces el espíritu ve a su alma acercarse y le habla diciendo así: "La muerte es el velo que separa lo eternamente viejo de lo eternamente joven. La muerte es el único velo que nos separa, la muerte es la única y verdadera fuente de la juventud".
También las almas suelen hablar a su espíritu a través del velo. Le piden auxilio, le ruegan que las venga a buscar. Acostumbran a decirle, por ejemplo: "Señor, siempre he creído en ti, pero jamás me sacaste de mis pesares, antes me hiciste sufrir más. Ayúdame ahora, apiádate de mi". A veces también, las almas se congregar y conjuntamente cantan: "Señor, api date de nosotros, tus humildes siervos y seguidores". A estas almas, el espíritu no les contesta, porque las sabe sordas. Se han vuelto fanáticas. Gozan de postrarse y mendigar, pero jamás entrarían en el puente, menos aún a la sala de los espejos; y si el espíritu atendiera a sus falsos ruegos, le llamarían Satán y demonio. De modo que prefiere él esperar a que dejen su frenesí para que le puedan prestar atención; pues al espíritu no se lo puede engañar.
Pero a otras almas que llegan por su propia voluntad y no por un arrebato emocional, les suele decir también: "Lo que los hombres llaman muerte, los sabios llaman nacimiento y vida. No me hables más desde allí, con tu voz trémula; me apena verte vieja de dolor, de pesar y de temores y anhelos. Ven, cruza la línea, cruza la nube, deja tu vejez en el mundo de lo viejo y únete a los niños que vienen".
Cuando va por su propia voluntad, mi alma pasa mucho tiempo en el laberinto de los espejos, hasta que sale por uno de los caminos menores todavía, para experimentar una muerte pequeñita, tanto como su mediocridad le permite. Otras veces se sienta en el inicio del puente para conversar con los que vuelven.
Uno de éstos le contó la siguiente historia:
"Un
día estaba el alma vieja junto al límite, cuando vio acercarse un niño que
caminaba despreocupada y alegremente hacia el velo '-Qué pena -Se dijo el alma-
ver marchar a la muerte un alma joven. Nada hay más triste que ver morir a un
niño'
El niño
se detuvo, pues había percibido las tribulaciones del alma. Entonces dijo: '-No
soy alma, soy espíritu. Los humanos no tienen almas jóvenes así como los niños
no mueren: Sólo lo que envejece muere. No te apenes cuando la vida va a la
vida, porque ese es un momento grato. Apénate mejor por ti misma y por las
almas viejas como tú que, habiendo pasado por larga y penosa agonía, no
terminan de morir. Decídete de una vez a venir conmigo a la tierra de los niños
eternos. Ay! si pudiera tomarte de la mano se te iría el temor, pero debes
entrar sola, porque si no lo haces así, no lograrás más que ser echada sin que
se te permita recordar lo poco que hayas conseguido ver'.
Muchas
veces el alma vieja se sentó frente al velo de la muerte sin atreverse a
cruzarlo. En dura lucha interna esperaba que un niño quisiera llevarla de la
mano. Aunque luego no recordaba, tenía esa intuición que la impelía cada vez
con mayor fuerza a cruzar.
Esa
misma intuición, sumada a sus pesares, llevaron al alma a dejar de fingir todas
esas cosas que es costumbre fingir. Con los demás siempre tenía una sonrisa, ya
fuera real o no, pero para sí, ya no habría más mentiras. Sus angustias
aumentaron. Mucho tiempo vivió así hasta que se atrevió a volver al puente.
Cruzó el laberinto de los espejos pero no se vio reflejada (así de cristalina
era) pero debido a su determinación y a su inocencia, no reparó en eso. A la
salida del laberinto no halló el velo y, pensándolo más lejos, encaró con paso
firme resuelta a enfrentarlo. Apenas un par de pasos y se topó con una
ancianita de horrible aspecto: encorvada y con arrugas como hechas a puñaladas.
-Oye tu, niñita -dijo la anciana- ¿Me ayudas a cruzar el velo?' Pero el alma no
se había percatado de la propia apariencia y dijo: '¿Qué velo? Nada impide el
paso aquí. Ven conmigo y tal vez lo hallemos detrás de aquel grupo de niños que
está al frente'."
Así terminó su relato el alma que volvía, y la mía preguntó:
"Tal parece que no te falta conocimiento acerca del último de los velos.
Dime: ¿Eres alma o espíritu? -y aún preguntó- ¿Hay algo que no sepas acerca del
velo y del puente que se extiende más allá?"
Y tuvo por respuesta: "Aún soy alma; tenue que ya casi
no me veo en la sala de los espejos, y junto al velo me ven bastante joven,
pero todavía soy alma. Y te diré que hay algo que mi inquieta, verás: Las almas
viejas, que ya hemos descubierto que somos prisioneras del mundo y, por ende,
queremos cada vez menos cosas de él, tratamos de alejarnos, de salirnos de la
jaula, queremos ser libres, y bien que nos cuesta: sabemos el doloroso camino
que implica. Pero he visto que las almas que cruzan el velo totalmente solas y
con apariencia de niños, es decir, siendo ya espíritus, luego de pasar un
tiempo allí, vuelven, y no precisamente a las alturas y a la soledad. Muy por
el contrario, suelen bajar hasta lo más hondo, hasta el fondo donde caen los
desperdicios de todos los estratos. Allí abajo van, allí donde sólo las almas
enfermas viven; y se dirigen hacia ese lugar para hablar a personas que jamás
les entienden, les hablan a gentes que muestran su gratitud crucificando los
cuerpos con que estos espíritus se muestran.
En verdad que si yo pudiera pasar del otro lado, no querría
volver por nada al mundo".
Al punto que terminó de hablar así, se sintió una presencia
que pronto se anunció hablando así: "Oíd. Después de cruzado el velo han
de volver a conocer el mundo con sus nuevos ojos, por eso todos vuelven a lo más
bajo y escalan nuevamente paso a paso, porque tal es la Ley. Y hablan a quienes
no les entienden, es cierto; pero por esas palabras, que son eternas, se abrirá
el entendimiento a generaciones venideras. Bajan hasta allí para alzar a la
humanidad, bajan ellos porque sólo ellos tienen la fuerza y el entendimiento
suficiente para hacerlo con éxito. Aunque no se vean los resultados tan fácilmente
ni en tan corto plazo: bajan porque trabajan para la Ley.
Pero la Ley es comprendida apenas someramente después del
velo y más cabalmente a la salida del puente.
Y ¿Por qué no volverían? ¿No se les ha ocurrido pensar que
quien está libre del mundo, quién puede entrar y salir de él a voluntad, ya no
tiene por qué temer ir? Y aún si el cuerpo de tal espíritu fuese clavado en una
cruz, o torturado, o asesinado por cualquier medio ¿Qué importancia tiene eso? ¿No
es claro que quien está libre del mundo, lo está también de todo dolor y de
todo pesar? Cuando pierda importancia el temor a morir, cruzarán el velo y
comprenderán todo muy claramente. Los del mundo sólo hablan, pero los libres
del mundo saben lo que significan las palabras del maestro que enseña: 'Sólo
está vivo quien muere permanentemente'."
Luego de esto le sentimos partir por el puente, hacia el
laberinto y le vimos luego como un radiante niño que se perdía más allá del velo.
--------------------------
Supo mi alma que el paseo había terminado, pues no tenía aún
el valor de seguir al niño más allá del velo; y de no hacerse esto, no había más
que ver, sino sólo anhelar. Así sintió el cansancio, porque toda alma que desea
lo que no tiene el valor de realizar, se agota, envejece y agoniza. Así sufrió:
El dolor, el pensar, el desear, la hicieron caer del puente a través del
precipicio. Aturdida y mareada por los densos vapores de los estratos bajos,
cerró los ojos, adormecida, mientras seguía cayendo...
Puede sentir mi cuerpo flotando, luego tomar consciencia que
mis ojos aún miraban el paisaje. Recién después sentí el piso en mi espalda y
mucho tardé en prestar atención siquiera a los ruidos y al medio ambiente; sentía
aún el cosquilleo que producen las alas del alma cuando vuelve de su paseo y la
sensación satisfecha del que ha volado todo lo que sus alas pueden.
¡Qué sensación de bienestar, de calma y sosiego! Al volver
en mí, había comenzado este plácido disfrutar. Y no quería prestar, ahora, oídos
a esa vocecita de las alturas que me decía: "¡Que miserables son los
placeres que disfrutas! Recuerda lo agradable, que sólo eso te cabe Sólo cuando
tengas la pasión capaz de llevarte a tus objetivos a pesar de la muerte, más
allá de la muerte, podrás vivir los reales placeres. Pero mientras tanto, sigue
allí, recordando, disfrutando de la nostalgia: sé miserable y disfruta de tu
miseria."
Así me hablaron mis alturas, y me embargó otra vez la
angustia por saber sus palabras verdaderas. Y supe entonces con certeza, que
otra vez estaba yo aquí, en el mundo a que pertenezco, en el estrato que me
cabe...
Sueños - Buscando lo que ha de ascender (Soñar, despertar, continuar el camino)
[Es continuación, viene de aquí]
Aquí estoy, espada en mano, dando la batalla. Pero este guerrero que soy no viene a destruir ni a masacrar. Ha de ser sutil para liberar a su pareja y restablecer el orden en el reino. Este guerrero viene a traer revolución y por eso viene como guerrero y como amante. Una vez libre su amada, una vez restablecido el orden, él puede ser amigo. Porque sólo en la paz se puede ser amigo: en la guerra se ama con pasión. Es que ser "amigo" hoy, significa ser cómplice de los espectros y carcelero del ser amado; pero ser Amigo hoy, significa tomar las armas para recobrar el reino: Se debe amar apasionadamente para hacer esto.
Aquí estoy, espada en mano, dando la batalla. Pero este guerrero que soy no viene a destruir ni a masacrar. Ha de ser sutil para liberar a su pareja y restablecer el orden en el reino. Este guerrero viene a traer revolución y por eso viene como guerrero y como amante. Una vez libre su amada, una vez restablecido el orden, él puede ser amigo. Porque sólo en la paz se puede ser amigo: en la guerra se ama con pasión. Es que ser "amigo" hoy, significa ser cómplice de los espectros y carcelero del ser amado; pero ser Amigo hoy, significa tomar las armas para recobrar el reino: Se debe amar apasionadamente para hacer esto.
Con la forma del amante inicio la liberación.
Los espectros conocen el ritual de los amantes en las tierras bajas. El que se ejecuta entre las condensaciones de vapor y barro.
Pero mi ritual es de las Tierras Altas. Y ellos no entienden ese lenguaje.
Los espectros conocen el ritual de los amantes en las tierras bajas. El que se ejecuta entre las condensaciones de vapor y barro.
Pero mi ritual es de las Tierras Altas. Y ellos no entienden ese lenguaje.
Aquí, en las fosas de las Tierras Bajas, las sombras ven el
mundo al revés, tal como se refleja en el lago turbio y el barro ondulado del
pantano que los deforma. Mi sutileza pasará desapercibida a los espectros, pero
no para ella.
Me paro frente al calabozo, me hago ver y espero. Mi amada
percibe mi presencia y mi forma. Comienzo mi danza: ella ha de desearme, pero
no como se suele desear aquí sino como la alta montaña, como enseñó Pan a sus
elegidos, como se desea cuando las nubes pasan por debajo de los pies, con el
cielo despejado y el sol brillando. Debe desear lo que no se ve, lo oscuro, lo
que atemoriza; lo desconocido, lo nuevo, lo que está más allá… lo que aún no
tiene nombre ni ha sido visto.
Mi baile lleva hasta ella mi amor, mi pasión que espera su
respuesta.
Ella está muy débil y mi danza también le lleva mi fuerza, tanta como necesite, tanta que me debilito, tanta que me adormezco y sueño...
Ella está muy débil y mi danza también le lleva mi fuerza, tanta como necesite, tanta que me debilito, tanta que me adormezco y sueño...
EN ALAS DE HIPNOS
Sueño que ella forcejea para soltarse de sus cadenas. Las
cadenas son tradición en los calabozos, son cadenas demasiado fuertes para
alguien que está tan débil. Se cansa, me llama, me grita que no puede. La miro
con dulzura, con comprensión hasta que recupera el aliento. Entonces la llamo y
le digo que la extraño. Vuelve a forcejear, se agota nuevamente, insiste en que
no puede y me pide que haga algo.
Se me estruja el alma pero me planto y la llamo nuevamente,
no quiere continuar. Le hablo con voz suave, le digo que quiero hacerle el
amor. Se esfuerza, no puede, se llena de ira y me insulta.
Mi amor hacia ella radica en que a cada esfuerzo sus músculos
crecen, a cada insulto su carácter se afirma. Debe recordar cuando era ella
quien gobernaba. Mi amor radica en devolverle la soberanía de sus tierras, la
nobleza de quien gobierna por derecho, porque puede, por estirpe.
Pasan los días y su cuerpo se va robusteciendo, su fuerza es
ya suficiente para el primer paso: En uno de los ataques de ira rompe las
cadenas.
La aliento, la felicito. Toma aire y comienza a golpear los
muros. Quiere derribarlos. Ya siente la necesidad de salir. Pero ahora, con su
cuerpo más fornido, hay menos espacio: no puede tomar la distancia para dar
fuerza al golpe.
Ya no le hablo de amor. Su temple ya no desea un amante: le
hablo de libertad, de observar cada uno de los ladrillos y comprender de qué
están hechos. Me hace caso, pero su pasión es salir y su respiración se
mantiene agitada. Su pecho casi toca el techo del calabozo.
Mi amor está implícito, está ahí y no debe luchar para
conseguirlo, mas la libertad... Ya no hay esfuerzo que valga. Se agota, se
decae. Le explico que se lo que es esa impotencia, ese conocimiento de que nada
que uno haga va a servir: nada importa, nada sirve, nada vale la pena. Toma
consciencia del lugar en que se halla, siente que ha pasado toda la vida entre
lo falso. "Si toda la vida no vale, si no ha servido...!"
Es un momento crítico. Sé por lo que está pasando, la acompaño,
la asisto, le hablo. Todo mi amor la
respalda momento a momento, pero esto es algo que debe hacer sola.
Todo su cuerpo se mantiene tenso, sus rasgos contraídos la desfiguran.
No afloja un músculo. Mientras, le relato de cuando estuve ahí, de cuando sentí
lo mismo. Pienso que en cualquier momento va a aflojar todo su cuerpo, que va a
abandonar la lucha, hasta llego a pensar que está contra sí misma. Pero me
equivoco, no está sólo resistiendo, está atacando, está dando batalla: mantiene
la tensión durante semanas, toda entera vibra y respira en forma entrecortada,
de día y de noche. Su esfuerzo
trasciende lo humano.
Hay un zumbido ahora, viene de ella. Es una sensación de
dolor, un gemido. Entonces un crujido seco, temible, me sobresalta: Es el
calabozo que se ha rajado!
Los espectros se debilitan, al igual que las tablas de la
ley de las llanuras: la ley para que todo tenga la misma altura (la más baja).
La ley que promedia es ley que tira hacia abajo. Los ladrillos son esa ley y la
soberana la examina, la revisa. Uno por uno los bloques son observados y en
cada uno guardado su espectro correspondiente: una voz menos en el aire, un
poco más de claridad. Mi amada ya no está presa en la ley, se expresa a través
de ella.
Un grito comienza a surgir, suave y ronco, desde el
calabozo. Transmite toda la pasión, todo el amor, el esfuerzo, el dolor... el
llanto del nacer. Y crece ese grito, y crece mi emoción. Estoy por ver surgir a
mi amada. Ya veo la luz creciendo junto con el grito, la luz que se filtra por
las grietas.
El calabozo se infla, las piedras caen. Espero verla
salir... El grito se vuelve ahogado y se va transformando en una respiración
profunda y ruidosa. La luz crece: allí viene!.
Los ladrillos vibran y caen, uno a uno primero. En grupos
después. La estructura pierde su forma, el polvillo flota en el aire haciendo
claros los rayos de luz que surgen del interior, la luz de lo que se está
gestando. La luz de esa fragua en la que se está templando un alma.
Las piedras siguen cayendo y una figura surge... no puedo
reconocer lo que es... Ahora si. Lo que asoma de entre los escombros es un
espolón. Es un ala como de gigantesca águila. Lo que ha nacido aquí no es sólo
una reina para tierras bajas, es un habitante de las alturas! Esas alas
reclaman la brisa helada, los picos nevados, el aire limpio, el sol sin nubes
que lo oculten! Allí se alza imponente esta diosa alada.
De pie entre los escombros, gira hacia mí y avanza. Con su
cercanía mi corazón se agita, la emoción se lleva mi consciencia. Ella me mira,
se acerca aún más y toma vuelo llevándome con ella. Cruza vertiginosamente los
túneles, se ríe de este que fue su nido. Todo lo valioso de este lugar está
resumido en ella, es ahora una esencia que la ha transformado en un ser nuevo y
poderoso. El resto del lugar es como un capullo abierto. Quedarán sus restos en
el suelo mientras su contenido ha montado en el viento...
Alzado ya el vuelo, no toma por los túneles angostos que
recorrí al entrar. No sale por el camino al lago sino que sube por los ductos
hasta el techo. No se detiene, arma sus espolones y lo atraviesa.
Vamos ahora hacia las alturas, no me da tiempo a tomar
ninguna forma: sigo siendo el amante. Ascendemos hasta el altiplano, que es una
pequeña meseta donde me deposita suavemente, amorosamente. Se tiende a mi lado,
me observa con sonrisa amplia, con sus ojos de bambi. Espera algo de mí.
Entonces tomo mi forma de las montañas: mis alas, mi tamaño. Mientras cambio,
la emoción no me suelta. Por el contrario, crece, se sutiliza, toma la proporción
de las alturas en que estamos.
Lo que sigue es privado. Baste que diga que hablo de seres místicos,
pero reales. Baste que diga que lo que cuento de ella, igualmente puede ella
relatarlo acerca de mi. Es que se trata de historia de dioses, no de hombres.
Es una historia reversible.
Quién siente una excelsa emoción cuando se halla en la
altura y el viento fresco le azota los cabellos, quien siente allí que puede
volar, sabe lo que siento. Quien se ha diluido en el aire y saltado al vacío en
busca de su destino, ese sabe de lo que hablo.
AL DESPERTAR
Con esta sublime sensación despierto de mi sueño. Exhausto
por darle mi energía, me acerco como puedo hasta el calabozo y miro por la
reja.
Mi amada está allí, aún débil y con ojos tristes. Sabe de mi
sueño y lo que espero de ella. Voltea su cabeza para mirarme. Los espectros aún
gritan amenazantes.
Sueños - Buscando lo que ha de ascender (La celda)
Una sensación de angustia me lleva a percibir que alguien me
llama, me pide ayuda.
La Presencia me indica que asista, pero ¿Quién invoca? La
"voz" proviene de la hondonada ¿Qué clase de ser, que habite allí,
puede hacer que su llamado se escuche en estas tierras?
Es que los seres de las planicies ni siquiera sospechan que
estas alturas puedan estar habitadas: las condiciones de vida de aquí son mortales
para ellos. ¿Quién, además, conoce las leyes de la música y sus octavas, del
aire y del eco, tanto como para hacer llegar su mensaje hasta aquí? Nadie ajeno
podría.
Así es que caigo y mis alas me guían hacia el llamado. La
Presencia es madre de los instintos para los habitantes de las montañas: su
voluntad es nuestro deseo más profundo, más urgente.
Llego hasta el lago "Turbio" y lo recorro aun
cuando se transforma en pantano. Esto sucede entrando en la "Selva del
Temor".
En el lago soy pez, porque debo moverme en las aguas de las
tierras bajas. En la selva soy serpiente para sortear obstáculos y no ser
perturbado por griteríos de pajarracos y micos.
Una habilidad de la serpiente es hallar caminos que llevan más
allá de lo impenetrable. Un orificio en la tierra puede ser suficiente.
Bajo el pantano, allí en la hondonada, hay una caverna de
estalactitas. Allí oigo lo que primeramente parece un susurro. Avanzo y parece
música. Avanzo y ese sonido atrayente es una trampa que he conocido antaño,
cuando vivía allí. Ya puedo oír con claridad esas voces enloquecidas.
He de ser guerrero en estas circunstancias.
Avanzo con mi espada en una mano y mi antorcha en la otra.
Pronto deberé abrirme paso entre los espectros habladores. Avanzo por oscuros túneles
en los que el ruido se hace ensordecedor. Túneles que deforman las voces de las
sombras haciéndolas más imponentes.
Son espectros que cuentan cada uno una historia distinta y
trivial, a veces un fragmento de párrafo, o pronuncian tan sólo una frase
solitaria. En cualquier caso, lo que dicen lo repiten, una y otra vez sin
solución de continuidad. Son fantasmas deformes, seres a medio hacer, son
partes descartadas de algo y actúan como con vida propia.
Conozco ese caos y me apresuro hacia las profundidades. Sé
lo que significa y corro hacia el reto: busco el calabozo.
Avanzo por los túneles, por su atmósfera de vapores densos
que resultan somníferos si no se tiene conducta militar. Avanzo abriéndome paso
a golpes de espada y antorcha entre los espectros.
Luego de varios recodos. Luego de una agotadora travesía, el
túnel desciende aun más y desemboca en una gran bóveda, al centro de la cual
una especie de pedestal sostiene el objetivo de mi viaje: el calabozo. Con una
pequeña reja y gruesos ladrillos, tiene el tamaño necesario para un cuerpo
pequeño, desnutrido, justamente como el que contiene: no necesito acercarme
para saber que en su interior se halla mi amada.
La llamo, pero no me contesta, no me oye. Ante mi presencia
casi todos los espectros se han congregado en la bóveda haciendo una coraza de
ruido en torno a ella. Blando mi antorcha contra ellos, pero sólo consigo que aúnen
esfuerzos gritando al unísono: "Me lastima, la luz me lastima. Vete, tu
que portas la luz, tu me lastimas" dicen.
Ataco con más fuerza, se juntan más y más de ellos… y gritan
cada vez más fuerte. Pero no pretendo vencerlos, sino justamente aunar sus
voces. Pues son espectros obsesores que nublan a mi amada. Cantan sus mantras
para embotar su mente: así la dominan. Cantan bajito, en el umbral del oído...
en el umbral de la consciencia. Los ataco y muchas voces cantan la misma frase
que delata mi presencia. Los resultados no se hacen esperar: como un susurro
suave y claro, surge de entre el ruido ensordecedor la voz de mi amada, con su
timbre suave, apagado, casi áspero; vibrando en mi pecho como si fuera mi
propia palabra, como esa que pronuncio con emoción.
Me estremezco. Siento su pedido de ayuda, su alegría de
verme, su deseo de abrazarme. Pero ha estado ahí por mucho tiempo, tanto que ha
perdido toda esperanza. Sus carnes se han resumido, sus rasgos se han
demacrado, su voluntad se ha empequeñecido.
Verla así me sobresalta, me rebela, me mueve a la acción: no
puedo esperar más.
Junto aire y grito con todas mis fuerzas: Aquí estoy!
Vengo a buscarte! Levántate de allí y ven conmigo!
Me oye, no tanto por mi voz como por mi corazón, y desea
venir. Pero los espectros cantan su melodía hipnótica: "No puedo abandonar
mis tierras ¿Qué sería yo sin mis tierras?". Y dicen también, refiriéndose
a mi: "Tu eres el enemigo que invade mi morada, vienes a destruir mi
orden, me obligas a defenderme de ti". Así hablan esos monigotes y se
permiten decidir sobre ella.
Como enseñan las tradiciones "Los espectros engañan sin
mentir". Es cierto que no sería nada quien no poseyera tierras que
trabajar, pero si esas tierras no son fértiles y si no están gobernadas por su
legítimo dueño, entonces otra vez el amo no es nada; y las tierras tampoco.
Es cierto que invado la casa, porque soy bien recibido por
su patrona. Qué me importa no serlo por los usurpadores que la han destituido y
encerrado. No vengo en son de paz! Vengo a sojuzgar espectros, vengo a dar
batalla a los habitantes de las planicies, vengo a rescatar a mi amada!
No obstante, he de ser respetuoso con los enemigos: aunque
hostiles ahora, aunque en rebeldía, son los sirvientes de aquella a quien amo.
Y tampoco son culpables de sus actos: cuando el soberano demora la acción
porque medita largamente, el pueblo duda, cree que su amo flaquea, y, faltándoles
la amorosa luz, se vuelven oscuros y torpes: en su desesperación decretan la
democracia. La nobleza pena, entonces, en un calabozo junto con sus virtudes,
mientras el reino se empobrece y sufre miserias...
Tampoco he de demoler el calabozo, pues lastimaría a su
morador: cada ladrillo es un concepto no comprendido y sin embargo memorizado
con una carga de importancia. Esto lo hace seco y duro, pesado, cuadrado y
falto de elasticidad y gracia. Es decir, propiamente un ladrillo. Cada uno
resulta, entonces, una orden que se cumple ciegamente, porque las construcciones
de ladrillos siempre dan la sensación de seguridad y abrigo, con lo que se atenúa
el temor de fallar:
El calabozo ha de ser demolido desde adentro.
El calabozo ha de ser demolido desde adentro.
Los espectros, que surgen de la cabeza de mi amada, inundan
la bóveda. Habitan unos en los túneles mientras que otros van fuera de la
caverna y son los animales ruidosos de la selva que crece abrigando al pantano.
Estos de afuera cuentan lo que ven a los de los túneles, que a su vez lo van
repitiendo hasta que llega a la bóveda. Cada nueva voz que repite le quita o
agrega algo a la historia. De entre las voces todas mezcladas en el eco del
enorme salón, la dulce prisionera trata de captar lo que pasa en el mundo.
Estas ánimas interpretan lo que ven y lo gritan como los
micos. Con aquello que creyeron entender forman, a partir del barro del
pantano, sus conceptos. La masa de barro pasa por los hornos formando los
ladrillos que se apilan sobre el cuerpo de mi amada.
Ella emite suspiros de anhelo, de deseo, que se convierten
en el vapor de los túneles y se condensa, luego, en el lago del exterior.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)