sábado, 17 de noviembre de 2012

La Tormenta

Y vino la tormenta sobre mis tierras. Entonces subí a la torre para ver los acontecimientos, y he aquí que los eventos se transfiguraron pues el tiempo fue extensión contenida en mis momentos y el mundo era contenido en mis tierras.

Eran los tiempos negros y cada nube un matiz de esta oscuridad. Era la lluvia y cada gota un alma que, guiada por su propio peso, viene a nutrir la tierra y a posibilitar que un duro mineral llegue a ser parte del pétalo de una flor. Y pronto ves a la gota caída emerger desde la flor en forma de perfume. Y luego de muchas gotas descendidas, un rayo, que no cae, como dice la gente, sino que asciende, como equilibrio entre cielo y tierra. Tanto como baja tiene que subir y esas miles de almas gordas, que se desploman sobre la tierra hoy, volverán al cielo, como una entidad única, volátil y poderosa: esa chispa que cruza el abismo, ese puente de luz, ese cordón umbilical por el que nace un dios en el cielo. Ese surco en la mar, que deja la gota cuando, luego de caída se ha sutilizado en savia y ésta en perfume, que, a su vez, en luz y aún ésta en el poder de retornar al hogar.

¿Qué cuánto ha pasado? Quizá millones de años ¡¡ Qué importa !! Y te miro, y te contesto – he estado aquí por unos minutos.

Entonces te hablo de la majestad de la tormenta en estos términos:
- Estamos acostumbrados a los días bellos, de clara luz de sol, de tibieza que alza suavemente las gotas hacia las nubes, y con la misma tibieza caer la bruma lentamente. Pero hoy he visto algo sorprendente: en los tiempos más negros, cuando vienen las gotas más gordas, y hasta el duro granizo; en este mismo tiempo asciende la más pura chispa, no una gota, no varias gotas, que gotas van y gotas vuelven, sino esa inexplicable fuerza, ese anhelo del árbol, que se alza como el más alto, con un tronco como brazo que asciende, coronado por una mano que se estira para tomar al cielo; y desde él, una chispa que cumple el sueño, de esa alma que se va, y sus ramas que se quiebran y caen, como aquella pesada carga que es soltada, ese lastre abandonado para el ascenso del que no ha de volver a ser ya una gota.

Entonces vi tus ojos; hice silencio, comprendiendo que no tenían sentido mis palabras en estas tierras. Hice silencio y debo haberme demorado sobre tus ojos ya que, como respondiendo a una pregunta no formulada, dijiste, simplemente, humanamente: “- A mi, las tormentas me asustan”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario