sábado, 1 de diciembre de 2012

Reflexiones - Dolor Invisible



¿Sufrimos sin saberlo?
Extraña pregunta.

El entorno nos educa. ¿Puede manipularse esa educación?
¿Se nos puede enseñar a no sentir tal o cual dolor para llevarnos por un camino antinatural que aceptemos “voluntariamente”?

¿Qué es el dolor, para qué sirve?
Biológicamente el dolor es una herramienta que tiene el cuerpo para avisarnos de algo que va mal. Es un alerta que requiere una acción inmediata de nuestra parte.
Psicológicamente es lo mismo, pero en otro entorno.

¿Hay más clases de dolor? Si, muchas más, pero hoy me interesa éste que nos avisa, que nos informa, que nos protege. Me interesa porque he notado que puede ser vulnerado.

Hace años que hablo sobre este dolor que se nos ha enseñado a no atender, a no obedecer, a perpetuar, bajo la excusa de que es normal y no se lo puede evitar.

Cuando hablo de esto en mi entorno de trabajo me dicen que soy exagerado, que, de últimas, todos lo tenemos que sufrir y que es nuestra obligación sobreponernos y seguir adelante… Me resulta un concepto suicida.

El dolor nos avisa que estamos en una situación inaceptable, peligrosa, que requiere solución inmediata. Pero nuestra educación dice que sigamos adelante sin hacerle caso.
Este dolor ignorado nos lastima. La ayuda ignorada, la necesidad no satisfecha, la urgencia no atendida, nos daña.

Krishnamurti: “El dolor embrutece”.

Nos embrutecemos.

A tal punto que ya no sentimos al dolor como dolor.
Nuestras conductas se alteran, hallamos nuevas actitudes para continuar omitiendo la alarma del dolor. Nos dañamos, ignoramos, seguimos adelante. Ya no obedecemos a nuestros mandatos internos, ahora obedecemos a mandatos externos contra nosotros. Nos embrutecemos, nos envilecemos, nos subvertimos. Vamos contra nosotros mismos y, al hacerlo, vamos contra nuestros semejantes… Pero no lo vemos, no lo aceptamos, no queremos hacernos cargo de eso, lo negamos… y seguimos.

En nuestro camino aprendemos a llamar “normal”, “común”, “habitual”, “obvio” a ese mandato externo contra nosotros mismos.

Y si nos dañamos a nosotros mismos, dañar a otros tampoco es malo (“amad a vuestros hermanos como a vosotros mismos”). Y si nos amamos ni nos respetamos, lo mismo haremos con los otros: círculo vicioso.

Ha pasado el tiempo. Las conductas destructivas se han profundizado. Ya no siento el dolor, simplemente obedezco al mandato externo, me refugio en la lógica torcida que lo justifica.
Hay pensadores que explican que la pasión por el trabajo puede hacernos catarsis de ese malestar y lograr cosas buenas si lo utilizamos como motivador… en estos conceptos se da por sentado que no haremos nada, que no hay que hacer nada con lo que nos lastima. Estos conceptos son herramientas para soportar cada vez más dolor, más embrutecimiento, más del veneno envilecedor que se nos administra a diario.

Sigue pasando el tiempo. Algunos individuos se despiertan a este hecho. No son tenidos en cuenta. Se los tilda de rebeldes. Pero ellos siguen explicando lo que han descubierto, instan a otros a abrir los ojos. Se los tilda de enfermos, se los analiza, se los medica.

Cada día son más los que abren los ojos. Hace falta otra excusa o ¿es que todos estamos eloqueciendo? No, no, es el stress… inventamos otra palabra para distraer. Al crearla institucionalizamos el dolor, el sistema de tortura sistemática para continuar con el objetivo trazado de utilizar al hombre como una cosa. ¿Qué hacer contra el stress? “Descanse un poco… no se tome todo tan a pecho…” Es irónico y hasta macabro porque al día siguiente, en nuestros sitios de trabajo recibimos un mensaje opuesto: “la solución es la realización que viene a través del esfuerzo premiado: trabaje más, hasta obtener logros que sean lo suficientemente buenos como para ser premiados y allí encontrará su satisfacción…”

Algunos siguen con los ojos abiertos y concilian ambos mensajes, deciden rebelarse y explicar a los demás lo que sucede, pero nadie los entiende:

Matrix (película): el hombre despierta dentro de un frasco con gel en el que se le han suprimido los sentidos, se o utiliza como una pila para generar energía que otros usan.

Residen Evil 5 (el juego): Muestra a una corporación contaminando a una población con un virus que los hace mutar genéticamente y toma su voluntad. Serán utilizados para un fin específico.

Somos esclavos, nos duele serlo, pero ya no lo sentimos. Un sistema publicitario no nos permite verlo. Sufrimos las mayores atrocidades y nos sentimos “exitosos” cediendo a la tortura con una sonrisa, con orgullo, negando nuestro dolor…

Entre la multitud engañada, uno abre los ojos, de repente, sin motivo aparente. Tan solo pasó su umbral y alzó sus párpados. Ese que abrió los ojos vio, repentinamente, al grupo al que hasta hace un momento pertenecía. Lo vio como ajeno, como atroz, como insoportable… pero para los demás el dolor era invisible... y continuaban su locura, con toda normalidad.



miércoles, 28 de noviembre de 2012

Dedicado a Saliary

Qué más bello que tú.
Alma con soledad de madre y dolores de parto
que gotea lágrimas sobre la tierra
con la sonrisa de saber que está creando.

Qué más bello que tú.
Alma que siembra árboles robustos
brazos que se extienden, dedos que se estiran
uñas que crecen hacia el cielo, de donde has venido.

Qué más bello que tú.
Alma apasionada que buscas realizarte.
Arañando tu piel, el firmamento
Buscando el sol, tu corazón.

Qué más bello que tú.
Alma que ama.
Alma que nutre la tierra a su paso.
Alma que puebla con su expresión.
Alma que se une a su divinidad
y trae luz al mundo.

--------------------------------------------
Blog de Saliary en http://saliary.wordpress.com/

lunes, 19 de noviembre de 2012

Sobre lo inexplicable del destino.

* Quizás yo no debería haber nacido en la familia en que nací:
Mi padre nació muerto.
Era un feto violeta, que no respondió a las palmadas y masajes iniciales. El médico lo dejó en la pileta y se ocupó de atender a la madre. Cuando una de las enfermeras se desocupó de la atención a la parturienta, volvió a intentar con el niño: lo puso sobre la canilla de agua fría, luego lo quitó y lo puso al calor mientras lo masajeaba intensamente, por último lo levantó por los pies nuevamente y lo cacheteó. El niño comenzó a respirar justo cuando la enfermera estaba por dejarlo nuevamente en la pileta.

* Quizás yo no debería haber sobrevivido al parto. Nací con tres vueltas de cordón umbilical alrededor del cuello. Me sacaron con fórceps, mi cabeza quedó más parecida a una salchicha que a un huevo y quedaron marcas en el cráneo. Casi no logran sacarme de allí.

*Quizás no debería haber sobrevivido a la cuna.
Mis padres cuentan que me escapaba de la cuna así como luego me escapaba de cualquier tipo de corralito en que me pusieran, pues siempre descifraba los mecanismos. Gracias a esta cualidad caí de la cuna aterrizando bajo un ropero utilizando como almohadón para amortiguar el golpe, mi propia cara. Se despertaron con el ruido, encendieron la luz y me buscaron, sin hallarme al principio, pues yo no hacía ruido ni lloraba, para luego percibir el charco de sangre en el piso y allí estaba yo, en remojo.

* Quizás no debería haber sobrevivido a la primera niñez.
Además del relato de mis padres, tengo en mi memoria este hecho: la puerta de casa estaba abierta, salí a la calle, hubo un ruido extraño y repentino: era el chirriar de neumáticos de un auto que había frenado para evitar atropellarme. Los conductores: una pareja mayor a quien era probable que les pudiera fallar la vista o los reflejos. Recuerdo el frente del auto, las caras extrañamente desorbitadas de la pareja y recuerdo seguir girando mi vista, quizás por una voz que me sonó vagamente conocida. Era mi madre, que salía corriendo, desesperada, desde la casa y gritando de una manera como nunca la había oído. Tanto que apenas si me sonó familiar. Yo tendría no más de tres años en ese momento.

* Quizás no debería haber sobrevivido a la quinta de mi padre.
Él gustaba de plantar cosas pequeñas en su pequeño patio: aromáticas para condimentar, algunos rabanitos (que ya me gustaban desde esa época –tres a cuatro años de edad). Tenía los perímetros cercados con hilos y yo acostumbraba a meterme dentro, caminando por los pasillitos. Mi padre me enseñaba a mirar el crecimiento de las plantas y regarlas… haciendo pis en ellas.
Por algún motivo que no recuerdo, mi padre me observaba, yo lo noté y sentí el deseo de correr. Y así lo hice, apasionadamente, a toda velocidad. Debe haber sido mi primer encuentro con la música… más bien la percusión pues, tras tropezarme grotescamente con el hilo demarcador, mi cráneo sonó contra el piso de cemento que continuaba tras la quinta. Recuerdo la música, el sonido de tambor haciendo eco en el interior de mi cráneo (¿vacío ya en esa época?). Música sin imágenes y luego un cálido despertar entre los brazos de mi padre para, descubrir, conscientemente por primera vez, su rostro aterrado.

* Quizás no debí sobrevivir a mi gusto por el mar.
También fue mi padre quien me sacó del agua cuando yo, con 5 años de edad, me creí lo suficientemente hábil como para no necesitar hacer pie y así flotar cómodamente. El caso es que yo era una linda boyita hasta que quise volver a la costa y noté que no sabía nadar (al menos no tan bien como mi imaginación me dijo). Mi padre tenía el agua hasta la cintura cuando me sacó, pero yo, la tenía más alta que el cuello.

* Quizás no debí sobrevivir a la peritonitis.
Cerca de los 10 años de edad, tuve apendicitis. Los médicos que ven su trabajo como cualquier otro, suelen equivocarse. Me diagnosticaron una indigestión. Pasaron dos días más y yo ya no soportaba el dolor. Puesto que no movía el intestino, recomendaron a mi madre aplicar enemas. Por suerte un verdadero profesional (un amigo horticultor, hombre de campo que tenía un vivero y que era vecino) me vio a tiempo. –“Esto es el apéndice” dijo –“si le hacés una enema lo matás, llamá a un médico como la gente lo más rápido que puedas”.
Así mi madre se contactó con un tío de Buenos Aires, quien llamó a la clínica, llegó un médico muy joven a casa, me revisó y confirmó el dato. Me llevaron de urgencia en ambulancia. Me esperaban en la puerta de la clínica, me dieron a elegir el tipo de anestesia mientras subía en el ascensor en silla de ruedas. El quirófano estaba listo. Le comentaron a mi madre que estaba muy pasado de tiempo y esperaban poder solucionarlo. Luego me mostraron la tripa que me habían sacado: me había salvado por 2 milímetros de intestino sano, apenas unas horas más de infección…

* Quizás no debí sobrevivir a mi gusto por correr.
Una noche, caí en una zanja de desagüe cloacal al salir corriendo de casa. Olvidé que estaba la canaleta de metro y medio de profundidad con el caño de cemento en el interior y aterricé sobre él con mi frente. Estaba oscuro, me levanté, salí de la fosa y seguí mi camino hacia el almacén. Antes de media cuadra la sangre me cubría el ojo izquierdo y no fue hasta llegar a la luz que noté que se trataba de sangre. El golpe me había anestesiado y no me daba cuenta de lo sucedido.

* Quizás no debí sobrevivir a mi bicicleta.
Armaba y desarmaba bicicletas con un amigo. Le poníamos accesorios de todas clases. Hasta tenía luz de giro y de stop. Nos gustaba correr entre los atascamientos de autos, allí donde quedaban pequeños pasos entre los vehículos. O lanzarnos por las pendientes, donde una bicicleta de paseo de un niño de 12 años zumbaba en sus rulemanes y alcanzaba una velocidad cercana a los 75 km/h. Justo donde una caída hubiera sido fatal, sin contar con que lo hacíamos acompañando a los autos, a través de cuyas ventanillas bajas preguntábamos la velocidad a la que iban: nos gustaba la cara de sorpresa cuando leían el velocímetro y nos veían a su lado a esa velocidad. O quizás hubiera sido fatal la oportunidad en que, muy concentrados en nuestra carrera con un auto, no quisimos ceder viendo que teníamos una oportunidad en el cuello de botella que se formaba en una rotonda y nos saco de la concentración la bocina de un colectivo que vimos a 15 cm de nuestra cabeza, sobre el lado derecho, cuando mirábamos al izquierdo para aprovechar un hueco entre los autos que doblaban y su indecisión para ver quién pasaba primero. En ese hueco nos metimos sin notar que el espacio que hacían no era por una duda sino para dar paso al colectivo, delante del cual nos cruzamos.
Quizás hubiera tenido un final trágico aquel episodio en que tomábamos velocidad con la bicicleta y tratábamos de pararnos en un solo pedal y tomar el manubrio con una sola mano. Estando nuestro cuerpo vertical, inclinábamos la bicicleta. De ese modo tomábamos la esquina: el desafío era tener, además de equilibrio y coordinación, la suficiente fuerza de brazo como para torcer el manubrio pues de otro modo la bici no doblaría y terminaríamos de cabeza en la pared de enfrente.
Ese día, yo doblaba, muy concentrado en mi esfuerzo, sin ver que un auto me estaba por arrollar. Efectivamente, golpeó con el paragolpes en mi pedal. Yo salí volando mientras la bicicleta se hizo un bollo pasando por debajo del auto y terminando en algo parecido a un ovillo de lana. Mientras tanto, yo volaba, cruzaba la vereda, la línea de construcción pasando por sobre un alambrado que delimitaba el terreno baldío y caía, de espaldas justo sobre un cardo y mi cabeza pegaba de nuca justo sobre un pedazo de ladrillo. De haber una casa ahí, me hubiera estampado en la pared y me tendrían que haber sacado con espátula como a un mosquito al que se le ha matado de un zapatillazo. El ladrillo en la nuca tampoco me mató, no sé por qué. Demás está decir que era verano y la única indumentaria era mi short, de modo que las espinas del cardo se quedaron en mi espalda y piernas como su tuviera medio cuerpo con sarampión avanzado… Detrás del auto venía un taxi, que se detuvo y me llevó hasta casa. Recuerdo que nos reímos mucho de mi desventura aunque yo estaba mareado. También recuerdo que, llegados a casa, me sacó en brazos del auto, tocó timbre y salir mi madre desesperada por mi estado, el taxista le preguntó: “Señora ¿Esto es su hijo?” Efectivamente, yo parecía una cosa mas que una persona.
Quizás mi día fue aquel en que corríamos por el parque Camet, el grupo de compañeros del colegio Industrial. Hacíamos todo tipo de locuras como subir por la rampa que se utiliza para subir ganado a los camiones para seguir como si nada cuando esta se terminaba. Uno de nosotros se asustó y bajó la velocidad. Al llegar al final de la rampa simplemente cayó a plomo. Por un momento su bicicleta quedó vertical, con las ruedas apoyadas sobre la pared vertical de la rampa, para luego caer burdamente de cabeza al piso. A mi me gustaban más los terrenos de pasto. Justo al saltar de una loma sentí un golpe. Era un pequeño pozo en que apoyó mi rueda delantera en el momento de mayor velocidad. Se quebró el eje que une al manubrio con la horquilla de modo que el manubrio se soltó hacia arriba, la rueda hacia abajo y el cuadro de la bicicleta (conmigo a bordo) pasamos por el medio. Al caer al piso apoyó la rueda trasera, inmediatamente quiso apoyar la delantera (la que ya no estaba) porque lo que se apoyó en la tierra, mejor dicho, se clavó en la tierra fue la punta delantera del cuadro. Así supe lo que siente el “hombre bala” del circo, pues pasé a vuelo rasante por varios canteros con florcitas para derrapar en el paso por varios metros en un aterrizaje del que no podría enorgullecerme de ninguna manera. Yo no veía lo que había del otro lado de la loma. De no haber estado despejado otro tendría el trabajo de relatar esto.

* Quizás no debí sobrevivir a la electricidad.
Estaba yo en el colegio industrial, pasaba por los talleres y aprendía mucho. Mi instinto de investigación se exacerbaba y uno de los temas fue la electricidad y la electrónica que nunca llegué a cursar. Sin embargo, había en casa libros de electrónica y, con mis escasos conocimientos, leía y trataba de comprender lo imposible para mis recursos culturales. Había en casa, arrumbada, una vieja radio de válvulas, que no funcionaba. Así es que revivió para ser víctima de mis experimentos. Ya desarmada, el chasis yacía sobre la mesa y una tarde, volviendo de la playa, me dio por volver a examinarla. La enchufé, la encendí y debo haber sufrido mi primer ataque de pasión egoísta porque ya no podía soltarla. Efectivamente, me había olvidado de calzarme y mi cuerpo aún tenía la sal del mar por encima que, dicho sea de paso, es muy buena conductora de la electricidad. Así es como sentí mi primer “cosquilleo” en las entrañas sin siquiera haberme enamorado. Yo trataba de soltarlo y el chasis paseaba por la mesa sin soltar mi mano. De algún modo extraño tomé conciencia de la situación, dejé de zarandear a la pobre radio y asumí la situación. Mientras mi corazón y mis tripas se tensaban como para romperse, me puse en paz y simplemente solté la perilla metálica de la radio. Eso fue suficiente, sin embargo, no siempre lo es. Luego los adultos se preguntan por qué los chicos se creen inmortales o actúan como si lo fueran…

* Quizás no debí sobrevivir a los explosivos.
Mi curiosidad abarcaba diversos temas, algunos de ellos no eran peligrosos (¡Y aun así me atraían!). Otros, como la posibilidad de hacer pólvora casera para hacer petardos, me podían llevar a quemarme los pelos.
Luego de mucha investigación encontré la forma de hacer una mezcla que prometía. Efectivamente, era una mezcla eficiente, pero en ese entonces yo no sabía cómo funcionaba la pólvora y, por ese motivo, no conseguía la explosión sino que se quemaba lentamente. Algo que leí pareció darme la idea de que debía estar encerrada como para juntar presión. El concepto no era exacto, pero mejoró un poco la cosa. Así es que terminé por hacer un cartucho, algo grande, por cierto, y que prometía… Lo armé, lo puse en el terreno de al lado de mi casa, puse un dispositivo de retardo basado en mecha lenta casera, lo encendí y fui corriendo a la terraza para poder observar el resultado a una distancia segura. Yo no conocía por ese entonces el método del camino de tierra como cortafuegos, pero todo parecía seguro y, como dije ya dos veces, prometía… así me enteré que prometía un gran desastre pues, si bien no explotó, funcionó como una buena bengala. La llamarada era fuerte y duradera, tanto que comenzó a incendiar el paso del terreno. La pared de garaje de casa adquiría la tibieza de un hogar… el terreno ardía… un vecino llamaba a los bomberos… y yo me escondía.
Un poco más arriesgado fue el día que encontré una granada casera en la playa. Caminaba con un amigo de tropelías cuando vimos a un borracho buscando tesoros en la arena. Buscaba a la derecha con un tumbo y con el otro buscaba a la izquierda. Avanzaba sin terminar de caer. Tenía un equilibrio tan maravilloso que caminaba en zigzag sin tropezar ni caer mientras alzaba su cara al pleno sol del verano, protegido, únicamente, por la sombra de la botella de la que estaba bebiendo. Este pirata de las playas, levantó un objeto del suelo, era un tubo de aerosol que, curiosamente, tenía una manija al costado. Comenzó a tirar de ella como para abrirlo y ahí notamos que, lo que parecía ser la tapa que cubre al pico era, en realidad, un objeto metálico del que partía la palanca. Eso era una granada casera !!!! Corrimos tras una piedra para ponernos a cubierto pensando que si lograba abrirla sería difícil que mantuviera en orden su peinado. No pudo y la tiró para seguir su camino. Mi amigo decidió volver a su casa mientras yo pensé que era un peligro eso ahí y que, si no había explotado en las manos de un borracho, no tenía por qué explotar en las mías (bueno, en ese momento me pareció un razonamiento lógico). Tomé la granada, la llevé a un terreno baldío lindero a la costa con casi tres manzanas de descampado, la coloqué en el centro (donde menos daño podría hacer la onda expansiva mientras que, entre el pastizal, no era probable que nadie la encontrase) até una bolsa de supermercado a una rama para poder localizarla desde lejos y me volví a mi casa. Llamé a la policía para dar aviso. Se presentaron rápidamente y con el lógico temor de que fuera una emboscada. Luego fuimos en el patrullero hasta el terreno, les señalé el punto donde estaba, la retiraron y se fueron sin siquiera saludar… ufa! A esta altura yo tenía ya 16 años y me parece bien detenerme aquí en la historia… por mi propio bien, por supuesto.
La cuestión es que me sorprende mucho cuando a la gente le parece muy natural seguir viva después de muchos años. Me llama la atención cuando creen que la muerte es algo lejano en lo que no cabe ni pensar. Me pregunto qué les da la idea de que lo natural es vivir hasta la vejez.

Yo miro hacia atrás en el camino andado y apenas puedo creer en la cantidad de eventos inusuales que se han dado en mi vida para que yo pueda estar aquí ahora.

Yo miro el presente, de sociedades agotadas, de descontento, de penurias y no puedo comprender cómo tenemos problemas demográficos por exceso de gente ¿Es que todos han pasado por hechos extraordinarios, necesariamente encadenados contra toda probabilidad, para poder estar todos juntos aquí y ahora?

Yo miro al futuro y pienso que debí haber muerto en alguna de las veces que relaté (que no son todas) porque esto sigue empeorando y temo, sinceramente...
... no volver a tener otra oportunidad !!!.

sábado, 17 de noviembre de 2012

La danza de las polaridades

Cuando se siente la necesidad de realización:

El hombre se pregunta qué puede hacer para lograrlo;
la mujer se pregunta qué pueden hacer los demás para que ella lo logre.

Es que el objetivo del hombre está en sí mismo, mientras que el de la mujer está en el hombre: la mujer le pone leyes como la naturaleza material pone leyes al espíritu.

Y aun así el espíritu se expresa mejor en la materia y el hombre se expresa mejor en la mujer: ambos maduran en la lucha que mantienen, en su guerra noble.

A veces es tan difícil creer que el espíritu puede hacerse creador dentro del corsé de la materia, como que el hombre pueda realizarse dentro de lo que le permite la mujer.

En los países cultos, al espíritu que se realiza se lo llama Dios, y al humano que se realiza, sin importar si es hombre o mujer, también.



Una extraña historia de amor (2) - Hoy quiero preguntarte

Hoy quiero preguntarte acerca de la diferencia entre lo que muestras a mis ojos y lo que das de comer a mi alma.

Porque el otro día hablamos abiertamente y compartimos ese nerviosismo, ese pudor de la desnudez que viene cuando pones frente al otro algo de esas piedras preciosas que supimos extraer del mundo, esas gemas de que te hablé antes, que no exponemos a ojos ajenos, pero cuyos destellos gustamos obsequiar. Porque la gema es trabajo de cada uno, pero los destellos muestran el camino a los buscadores.

Y mostrar esas joyas nos pone un poco tensos, y ver su coincidencia nos estremece porque sus brillos se aumentan y pronto estamos deslumbrados y sorprendidos cosa que, te dije, has aprendido a regular, aunque también a ocultarlo de mi presencia. Como esa niña de la que te conté una vez, con una sonrisa hecha de luz, que abrió sus alas y me dejó abandonado al dolor de mi libertad.

Esa vez estaba parada sobre los escombros, pues se había quitado su maquillaje y sus atuendos. Y hoy que hemos hablado y te veo vocera de aquella por estar más cerca, he deseado ver lo que ha sido en estos años. He subido entonces a las tierras altas y de allí a la cima desde la que el tiempo se ve como una cinta y vía de acontecimientos. Me he parado allí donde la morada que construimos el uno para el otro. Y he mirado hacia atrás, lo que no vi en su momento. Y he visto a la niña acarrear sus piedras con dificultad y lentamente construir el hogar prometido. Y me he visto a mí haciendo lo mismo para ti. Porque no preparas mejor tu casa, ni te vistes de la mejor manera sino para deleite de aquel a quién obsequias y es que no te alimentas de lo que cocinas sino de la alegría de quien se alimenta con lo que das.

Pero he aquí que estoy en ese lugar y no veo el hogar sino una basílica, porque las piedras se edificaron con un sentido más alto que uno mismo. Y alguien me enseñó que los templos son trampas para cazar dioses, de modo tal que construyes un templo cuando quieres que un Dios guíe a tu pueblo o cuando buscas el silencio de las catedrales que te lleva a la tierra de los dioses. Entonces invitas a tus seres queridos, a tus pares, y compartes. Porque no amas a la persona que acompañas sino a Dios que se muestra asequible a través de él.

Y te veo, mujer hecha templo, que en el lugar sagrado de la construcción están nuestras gemas. Y a través de los muros me llega su luz que no lo es sólo de los ojos. Y siento que brillan con luces de mundos por encima de nosotros. Y los reflejos son voces de quienes nos invitan a subir... Pero he aquí que el desafío no es poco y quizá temes que al tomarte de la mano y entrar en el templo, cuando las gemas se encienden en el ritual de que te hablé también hace tiempo, cuando el destello de las almas incandescentes convoca un dios para el templo, te lleve a desafíos más allá de tus fuerzas.

Así te veo rehusarme una y otra vez, como yo lo hice también cuando me sentí mal interpretado.
Y quiero hoy preguntarte por la diferencia entre lo que muestras a mis ojos y esa basílica construida, ese corazón maduro, esa gema que resplandece y ese silencio que espera y que es un grito que invita a cazar dioses para que nos enseñen a ser como ellos.



La Tormenta

Y vino la tormenta sobre mis tierras. Entonces subí a la torre para ver los acontecimientos, y he aquí que los eventos se transfiguraron pues el tiempo fue extensión contenida en mis momentos y el mundo era contenido en mis tierras.

Eran los tiempos negros y cada nube un matiz de esta oscuridad. Era la lluvia y cada gota un alma que, guiada por su propio peso, viene a nutrir la tierra y a posibilitar que un duro mineral llegue a ser parte del pétalo de una flor. Y pronto ves a la gota caída emerger desde la flor en forma de perfume. Y luego de muchas gotas descendidas, un rayo, que no cae, como dice la gente, sino que asciende, como equilibrio entre cielo y tierra. Tanto como baja tiene que subir y esas miles de almas gordas, que se desploman sobre la tierra hoy, volverán al cielo, como una entidad única, volátil y poderosa: esa chispa que cruza el abismo, ese puente de luz, ese cordón umbilical por el que nace un dios en el cielo. Ese surco en la mar, que deja la gota cuando, luego de caída se ha sutilizado en savia y ésta en perfume, que, a su vez, en luz y aún ésta en el poder de retornar al hogar.

¿Qué cuánto ha pasado? Quizá millones de años ¡¡ Qué importa !! Y te miro, y te contesto – he estado aquí por unos minutos.

Entonces te hablo de la majestad de la tormenta en estos términos:
- Estamos acostumbrados a los días bellos, de clara luz de sol, de tibieza que alza suavemente las gotas hacia las nubes, y con la misma tibieza caer la bruma lentamente. Pero hoy he visto algo sorprendente: en los tiempos más negros, cuando vienen las gotas más gordas, y hasta el duro granizo; en este mismo tiempo asciende la más pura chispa, no una gota, no varias gotas, que gotas van y gotas vuelven, sino esa inexplicable fuerza, ese anhelo del árbol, que se alza como el más alto, con un tronco como brazo que asciende, coronado por una mano que se estira para tomar al cielo; y desde él, una chispa que cumple el sueño, de esa alma que se va, y sus ramas que se quiebran y caen, como aquella pesada carga que es soltada, ese lastre abandonado para el ascenso del que no ha de volver a ser ya una gota.

Entonces vi tus ojos; hice silencio, comprendiendo que no tenían sentido mis palabras en estas tierras. Hice silencio y debo haberme demorado sobre tus ojos ya que, como respondiendo a una pregunta no formulada, dijiste, simplemente, humanamente: “- A mi, las tormentas me asustan”.



Amor, locura, comedia...

Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando El ABURRIMIENTO había bostezado por tercera vez, LA LOCURA, como siempre tan loca, les propuso: ¿Vamos a jugar a los escondidos?

LA INTRIGA levantó la ceja intrigada y LA CURIOSIDAD, sin poder contenerse pregunto: ¿A los escondidos? ¿Y como es eso?

Es un juego - explico LA LOCURA, en que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que me encuentre ocupara mi lugar para continuar el juego.

EL ENTUSIASMO bailo secundado por LA EUFORIA, LA ALEGRÍA dio tantos saltos que termino por convencer a LA DUDA, e incluso a LA APATÍA, a la que nunca le interesaba nada.

Pero no todos quisieron participar, LA VERDAD prefirió no esconderse. ¿Para que? Si al final siempre la hallaban, y LA SOBERBIA opino que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y LA COBARDÍA prefirió no arriesgarse... Uno, dos, tres... comenzó a contar LA LOCURA.

La primera en esconderse fue LA PEREZA, que como siempre se dejo caer tras la primera piedra del camino.

LA FE subió al cielo y LA ENVIDIA se escondió tras la sombra del TRIUNFO, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.

LA GENEROSIDAD casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos, que si ¿un lago cristalino? ideal para LA BELLEZA. Que si la ¿hendija de un árbol? Perfecto para LA TIMIDEZ. Que si el ¿vuelo de la mariposa? Lo mejor para LA VOLUPTUOSIDAD. Que si ¿una ráfaga de viento? Magnifico para LA LIBERTAD. Así termino por ocultarse en un rayito de sol.

EL EGOÍSMO, en cambio encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo... pero sólo para él.

LA MENTIRA se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y LA PASIÓN y EL DESEO en el centro de los volcanes.

EL OLVIDO... se me olvido donde se escondió... pero eso no es lo importante.

Cuando LA LOCURA contaba 999.999, EL AMOR aun no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado... hasta que diviso un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus flores.

Un millón- contó LA LOCURA y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue LA PEREZA solo a tres pasos de una piedra. Después se escucho LA FE discutiendo con Dios en el cielo sobre Teología, y LA PASIÓN y El DESEO los sintió en el vibrar de los volcanes.

En un descuido encontró a LA ENVIDIA y claro, así pudo deducir donde estaba EL TRIUNFO. EL EGOÍSMO no tuvo ni que buscarlo. El solito salió disparado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas.

De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a LA BELLEZA y con LA DUDA resulto más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aun de que lado esconderse.

Así fue encontrando a todos, EL TALENTO entre la hierba fresca, a LA ANGUSTIA en una oscura cueva, a LA MENTIRA detrás del arco iris... (mentira, si ella estaba en el fondo del océano) y hasta EL OLVIDO... que ya se le había olvidado que estaba jugando a los escondidos, pero solo EL AMOR no aparecía por ningún sitio.

LA LOCURA busco detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas y cuando estaba por darse por vencido diviso un rosal y las rosas... Y tomo una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso grito se escucho.

Las espinas habían herido en los ojos al AMOR; LA LOCURA no sabía que hacer para disculparse, lloro, rogó, imploro, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.

Desde entonces; desde que por primera vez se jugo a los escondidos en la tierra:
EL AMOR ES CIEGO Y LA LOCURA SIEMPRE LO ACOMPAÑA.