viernes, 16 de noviembre de 2012

La vejez y la muerte


Hoy me acompaña el Cosmos; no hay humanos en mi derredor. Mi cuerpo recibe suave sol y respira perfumada brisa, pero mi alma soporta los azotes del viento fuerte y fresco de lo descampado. ­Qué enorme poder viene de la soledad!

Cuando el viento sopla firme, abre las alas el alma y se alza a los aires más cálidos del espíritu. Pero ­Ay! que más alto vuela y más duro es el clima; y sin embargo ella parece saber lo que busca.

Siempre que tiene oportunidad de volar, (siempre que el cuerpo no es molestado y ella ha hecho silencio, sintiendo los fuertes y fríos vientos de la soledad), se acerca al puente.

Allí, en lo más alto, donde ya casi no se puede subir más, allí comienza el puente y, a mitad de éste, se halla el velo -así le llaman al límite donde las almas se detienen porque la desesperación y el temor a la muerte no les permiten avanzar más. Allí también quería ir mi ave alada.

El alma ocupada con sus sentimientos y pensamientos, suele no darse cuenta de su propia condición, pues tiene los ojos puestos en lo que sucede a su alrededor antes que en sí misma. Pero al llegar al puente hay un sector en que no se puede ascender más sin antes pasar por un corredor de espejos.

Se dice que el alma capaz de cruzar por la salida correcta debe ser tan pura como para hacerse totalmente transparente, pues la señal que indica el camino siempre se halla detrás de la propia imagen. Algunos cuentan, además, que los diversos grados de transparencia de cada alma, distorsionan la visual de modo tal que siempre terminan confundidas y saliendo por caminos secundarios. Sólo el alma totalmente diáfana, verá con claridad la indicación y saldrá directamente a través del último de los velos.

A pesar de esto, la mayoría de las almas que intentan llegar, sin poseer las adecuadas condiciones, suelen horrorizarse ante sus propias imágenes en los espejos, y salen corriendo hacia las tierras bajas nuevamente. Allí se las puede ver deambulando nerviosas y tratando de estar siempre ocupadas para no tener que soportar el recuerdo de la propia apariencia. También acostumbran (lo que tiene el mismo efecto) a "emborracharse para olvidar", de suerte que prefieren las visiones del delirium tremens de sus propias mentiras antes que la vista de sí mismas.

Otra cosa habitual en ellas es que, siendo conscientes de su condición, atacan y se sienten agredidas por todas aquellas que son más firmes para mirarse. Es el dolor del deber no cumplido que las traiciona.

En contadas oportunidades mi alma ha estado ante el último velo, llevada casi inconsciente hasta allí, y sin saber después cómo llegar nuevamente hasta él. Esto no es raro, pues el espíritu suele darle pequeñas vislumbres para animarla cuando ella se decae.

Allí, ante el último velo, se detuvo mi alma por no tener el valor de cruzar. Se sentó a un costado desde podía observar es difícil límite. Y así vio muchas cosas.

Algunas veces el espíritu ve a su alma acercarse y le habla diciendo así: "La muerte es el velo que separa lo eternamente viejo de lo eternamente joven. La muerte es el único velo que nos separa, la muerte es la única y verdadera fuente de la juventud".

También las almas suelen hablar a su espíritu a través del velo. Le piden auxilio, le ruegan que las venga a buscar. Acostumbran a decirle, por ejemplo: "Señor, siempre he creído en ti, pero jamás me sacaste de mis pesares, antes me hiciste sufrir más. Ayúdame ahora, apiádate de mi". A veces también, las almas se congregar y conjuntamente cantan: "Señor, api date de nosotros, tus humildes siervos y seguidores". A estas almas, el espíritu no les contesta, porque las sabe sordas. Se han vuelto fanáticas. Gozan de postrarse y mendigar, pero jamás entrarían en el puente, menos aún a la sala de los espejos; y si el espíritu atendiera a sus falsos ruegos, le llamarían Satán y demonio. De modo que prefiere él esperar a que dejen su frenesí para que le puedan prestar atención; pues al espíritu no se lo puede engañar.

Pero a otras almas que llegan por su propia voluntad y no por un arrebato emocional, les suele decir también: "Lo que los hombres llaman muerte, los sabios llaman nacimiento y vida. No me hables más desde allí, con tu voz trémula; me apena verte vieja de dolor, de pesar y de temores y anhelos. Ven, cruza la línea, cruza la nube, deja tu vejez en el mundo de lo viejo y únete a los niños que vienen".

Cuando va por su propia voluntad, mi alma pasa mucho tiempo en el laberinto de los espejos, hasta que sale por uno de los caminos menores todavía, para experimentar una muerte pequeñita, tanto como su mediocridad le permite. Otras veces se sienta en el inicio del puente para conversar con los que vuelven.

Uno de éstos le contó la siguiente historia:

                "Un día estaba el alma vieja junto al límite, cuando vio acercarse un niño que caminaba despreocupada y alegremente hacia el velo '-Qué pena -Se dijo el alma- ver marchar a la muerte un alma joven. Nada hay más triste que ver morir a un niño'
                El niño se detuvo, pues había percibido las tribulaciones del alma. Entonces dijo: '-No soy alma, soy espíritu. Los humanos no tienen almas jóvenes así como los niños no mueren: Sólo lo que envejece muere. No te apenes cuando la vida va a la vida, porque ese es un momento grato. Apénate mejor por ti misma y por las almas viejas como tú que, habiendo pasado por larga y penosa agonía, no terminan de morir. Decídete de una vez a venir conmigo a la tierra de los niños eternos. ­Ay! si pudiera tomarte de la mano se te iría el temor, pero debes entrar sola, porque si no lo haces así, no lograrás más que ser echada sin que se te permita recordar lo poco que hayas conseguido ver'.
                Muchas veces el alma vieja se sentó frente al velo de la muerte sin atreverse a cruzarlo. En dura lucha interna esperaba que un niño quisiera llevarla de la mano. Aunque luego no recordaba, tenía esa intuición que la impelía cada vez con mayor fuerza a cruzar.
                Esa misma intuición, sumada a sus pesares, llevaron al alma a dejar de fingir todas esas cosas que es costumbre fingir. Con los demás siempre tenía una sonrisa, ya fuera real o no, pero para sí, ya no habría más mentiras. Sus angustias aumentaron. Mucho tiempo vivió así hasta que se atrevió a volver al puente. Cruzó el laberinto de los espejos pero no se vio reflejada (así de cristalina era) pero debido a su determinación y a su inocencia, no reparó en eso. A la salida del laberinto no halló el velo y, pensándolo más lejos, encaró con paso firme resuelta a enfrentarlo. Apenas un par de pasos y se topó con una ancianita de horrible aspecto: encorvada y con arrugas como hechas a puñaladas. -Oye tu, niñita -dijo la anciana- ¿Me ayudas a cruzar el velo?' Pero el alma no se había percatado de la propia apariencia y dijo: '¿Qué velo? Nada impide el paso aquí. Ven conmigo y tal vez lo hallemos detrás de aquel grupo de niños que está al frente'."

Así terminó su relato el alma que volvía, y la mía preguntó: "Tal parece que no te falta conocimiento acerca del último de los velos. Dime: ¿Eres alma o espíritu? -y aún preguntó- ¿Hay algo que no sepas acerca del velo y del puente que se extiende más allá?"

Y tuvo por respuesta: "Aún soy alma; tenue que ya casi no me veo en la sala de los espejos, y junto al velo me ven bastante joven, pero todavía soy alma. Y te diré que hay algo que mi inquieta, verás: Las almas viejas, que ya hemos descubierto que somos prisioneras del mundo y, por ende, queremos cada vez menos cosas de él, tratamos de alejarnos, de salirnos de la jaula, queremos ser libres, y bien que nos cuesta: sabemos el doloroso camino que implica. Pero he visto que las almas que cruzan el velo totalmente solas y con apariencia de niños, es decir, siendo ya espíritus, luego de pasar un tiempo allí, vuelven, y no precisamente a las alturas y a la soledad. Muy por el contrario, suelen bajar hasta lo más hondo, hasta el fondo donde caen los desperdicios de todos los estratos. Allí abajo van, allí donde sólo las almas enfermas viven; y se dirigen hacia ese lugar para hablar a personas que jamás les entienden, les hablan a gentes que muestran su gratitud crucificando los cuerpos con que estos espíritus se muestran.

En verdad que si yo pudiera pasar del otro lado, no querría volver por nada al mundo".

Al punto que terminó de hablar así, se sintió una presencia que pronto se anunció hablando así: "Oíd. Después de cruzado el velo han de volver a conocer el mundo con sus nuevos ojos, por eso todos vuelven a lo más bajo y escalan nuevamente paso a paso, porque tal es la Ley. Y hablan a quienes no les entienden, es cierto; pero por esas palabras, que son eternas, se abrirá el entendimiento a generaciones venideras. Bajan hasta allí para alzar a la humanidad, bajan ellos porque sólo ellos tienen la fuerza y el entendimiento suficiente para hacerlo con éxito. Aunque no se vean los resultados tan fácilmente ni en tan corto plazo: bajan porque trabajan para la Ley.

Pero la Ley es comprendida apenas someramente después del velo y más cabalmente a la salida del puente.

Y ¿Por qué no volverían? ¿No se les ha ocurrido pensar que quien está libre del mundo, quién puede entrar y salir de él a voluntad, ya no tiene por qué temer ir? Y aún si el cuerpo de tal espíritu fuese clavado en una cruz, o torturado, o asesinado por cualquier medio ¿Qué importancia tiene eso? ¿No es claro que quien está libre del mundo, lo está también de todo dolor y de todo pesar? Cuando pierda importancia el temor a morir, cruzarán el velo y comprenderán todo muy claramente. Los del mundo sólo hablan, pero los libres del mundo saben lo que significan las palabras del maestro que enseña: 'Sólo está vivo quien muere permanentemente'."

Luego de esto le sentimos partir por el puente, hacia el laberinto y le vimos luego como un radiante niño que se perdía más allá del velo.

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Supo mi alma que el paseo había terminado, pues no tenía aún el valor de seguir al niño más allá del velo; y de no hacerse esto, no había más que ver, sino sólo anhelar. Así sintió el cansancio, porque toda alma que desea lo que no tiene el valor de realizar, se agota, envejece y agoniza. Así sufrió: El dolor, el pensar, el desear, la hicieron caer del puente a través del precipicio. Aturdida y mareada por los densos vapores de los estratos bajos, cerró los ojos, adormecida, mientras seguía cayendo...

Puede sentir mi cuerpo flotando, luego tomar consciencia que mis ojos aún miraban el paisaje. Recién después sentí el piso en mi espalda y mucho tardé en prestar atención siquiera a los ruidos y al medio ambiente; sentía aún el cosquilleo que producen las alas del alma cuando vuelve de su paseo y la sensación satisfecha del que ha volado todo lo que sus alas pueden.

¡Qué sensación de bienestar, de calma y sosiego! Al volver en mí, había comenzado este plácido disfrutar. Y no quería prestar, ahora, oídos a esa vocecita de las alturas que me decía: "¡Que miserables son los placeres que disfrutas! Recuerda lo agradable, que sólo eso te cabe Sólo cuando tengas la pasión capaz de llevarte a tus objetivos a pesar de la muerte, más allá de la muerte, podrás vivir los reales placeres. Pero mientras tanto, sigue allí, recordando, disfrutando de la nostalgia: sé miserable y disfruta de tu miseria."

Así me hablaron mis alturas, y me embargó otra vez la angustia por saber sus palabras verdaderas. Y supe entonces con certeza, que otra vez estaba yo aquí, en el mundo a que pertenezco, en el estrato que me cabe...





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