viernes, 16 de noviembre de 2012

Sueños - Buscando lo que ha de ascender (Soñar, despertar, continuar el camino)



[Es continuación, viene de aquí]


Aquí estoy, espada en mano, dando la batalla. Pero este guerrero que soy no viene a destruir ni a masacrar. Ha de ser sutil para liberar a su pareja y restablecer el orden en el reino. Este guerrero viene a traer revolución y por eso viene como guerrero y como amante. Una vez libre su amada, una vez restablecido el orden, él puede ser amigo. Porque sólo en la paz se puede ser amigo: en la guerra se ama con pasión. Es que ser "amigo" hoy, significa ser cómplice de los espectros y carcelero del ser amado; pero ser Amigo hoy, significa tomar las armas para recobrar el reino: Se debe amar apasionadamente para hacer esto.

Con la forma del amante inicio la liberación.
Los espectros conocen el ritual de los amantes en las tierras bajas. El que se ejecuta entre las condensaciones de vapor y barro.
Pero mi ritual es de las Tierras Altas. Y ellos no entienden ese lenguaje.

Aquí, en las fosas de las Tierras Bajas, las sombras ven el mundo al revés, tal como se refleja en el lago turbio y el barro ondulado del pantano que los deforma. Mi sutileza pasará desapercibida a los espectros, pero no para ella.


Me paro frente al calabozo, me hago ver y espero. Mi amada percibe mi presencia y mi forma. Comienzo mi danza: ella ha de desearme, pero no como se suele desear aquí sino como la alta montaña, como enseñó Pan a sus elegidos, como se desea cuando las nubes pasan por debajo de los pies, con el cielo despejado y el sol brillando. Debe desear lo que no se ve, lo oscuro, lo que atemoriza; lo desconocido, lo nuevo, lo que está más allá… lo que aún no tiene nombre ni ha sido visto.

Mi baile lleva hasta ella mi amor, mi pasión que espera su respuesta.
Ella está muy débil y mi danza también le lleva mi fuerza, tanta como necesite, tanta que me debilito, tanta que me adormezco y sueño...



EN ALAS DE HIPNOS

Sueño que ella forcejea para soltarse de sus cadenas. Las cadenas son tradición en los calabozos, son cadenas demasiado fuertes para alguien que está tan débil. Se cansa, me llama, me grita que no puede. La miro con dulzura, con comprensión hasta que recupera el aliento. Entonces la llamo y le digo que la extraño. Vuelve a forcejear, se agota nuevamente, insiste en que no puede y me pide que haga algo.

Se me estruja el alma pero me planto y la llamo nuevamente, no quiere continuar. Le hablo con voz suave, le digo que quiero hacerle el amor. Se esfuerza, no puede, se llena de ira y me insulta.

Mi amor hacia ella radica en que a cada esfuerzo sus músculos crecen, a cada insulto su carácter se afirma. Debe recordar cuando era ella quien gobernaba. Mi amor radica en devolverle la soberanía de sus tierras, la nobleza de quien gobierna por derecho, porque puede, por estirpe.


Pasan los días y su cuerpo se va robusteciendo, su fuerza es ya suficiente para el primer paso: En uno de los ataques de ira rompe las cadenas.

La aliento, la felicito. Toma aire y comienza a golpear los muros. Quiere derribarlos. Ya siente la necesidad de salir. Pero ahora, con su cuerpo más fornido, hay menos espacio: no puede tomar la distancia para dar fuerza al golpe.


Ya no le hablo de amor. Su temple ya no desea un amante: le hablo de libertad, de observar cada uno de los ladrillos y comprender de qué están hechos. Me hace caso, pero su pasión es salir y su respiración se mantiene agitada. Su pecho casi toca el techo del calabozo.

Mi amor está implícito, está ahí y no debe luchar para conseguirlo, mas la libertad... Ya no hay esfuerzo que valga. Se agota, se decae. Le explico que se lo que es esa impotencia, ese conocimiento de que nada que uno haga va a servir: nada importa, nada sirve, nada vale la pena. Toma consciencia del lugar en que se halla, siente que ha pasado toda la vida entre lo falso. "­Si toda la vida no vale, si no ha servido...!"

Es un momento crítico. Sé por lo que está pasando, la acompaño, la asisto,  le hablo. Todo mi amor la respalda momento a momento, pero esto es algo que debe hacer sola.

Todo su cuerpo se mantiene tenso, sus rasgos contraídos la desfiguran. No afloja un músculo. Mientras, le relato de cuando estuve ahí, de cuando sentí lo mismo. Pienso que en cualquier momento va a aflojar todo su cuerpo, que va a abandonar la lucha, hasta llego a pensar que está contra sí misma. Pero me equivoco, no está sólo resistiendo, está atacando, está dando batalla: mantiene la tensión durante semanas, toda entera vibra y respira en forma entrecortada, de día y de noche.  Su esfuerzo trasciende lo humano.


Hay un zumbido ahora, viene de ella. Es una sensación de dolor, un gemido. Entonces un crujido seco, temible, me sobresalta: ­Es el calabozo que se ha rajado!

Los espectros se debilitan, al igual que las tablas de la ley de las llanuras: la ley para que todo tenga la misma altura (la más baja). La ley que promedia es ley que tira hacia abajo. Los ladrillos son esa ley y la soberana la examina, la revisa. Uno por uno los bloques son observados y en cada uno guardado su espectro correspondiente: una voz menos en el aire, un poco más de claridad. Mi amada ya no está presa en la ley, se expresa a través de ella.


Un grito comienza a surgir, suave y ronco, desde el calabozo. Transmite toda la pasión, todo el amor, el esfuerzo, el dolor... el llanto del nacer. Y crece ese grito, y crece mi emoción. Estoy por ver surgir a mi amada. Ya veo la luz creciendo junto con el grito, la luz que se filtra por las grietas.
El calabozo se infla, las piedras caen. Espero verla salir... El grito se vuelve ahogado y se va transformando en una respiración profunda y ruidosa. La luz crece: ­allí viene!.


Los ladrillos vibran y caen, uno a uno primero. En grupos después. La estructura pierde su forma, el polvillo flota en el aire haciendo claros los rayos de luz que surgen del interior, la luz de lo que se está gestando. La luz de esa fragua en la que se está templando un alma.


Las piedras siguen cayendo y una figura surge... no puedo reconocer lo que es... Ahora si. Lo que asoma de entre los escombros es un espolón. Es un ala como de gigantesca águila. ­Lo que ha nacido aquí no es sólo una reina para tierras bajas, es un habitante de las alturas! ­Esas alas reclaman la brisa helada, los picos nevados, el aire limpio, el sol sin nubes que lo oculten! Allí se alza imponente esta diosa alada.


De pie entre los escombros, gira hacia mí y avanza. Con su cercanía mi corazón se agita, la emoción se lleva mi consciencia. Ella me mira, se acerca aún más y toma vuelo llevándome con ella. Cruza vertiginosamente los túneles, se ríe de este que fue su nido. Todo lo valioso de este lugar está resumido en ella, es ahora una esencia que la ha transformado en un ser nuevo y poderoso. El resto del lugar es como un capullo abierto. Quedarán sus restos en el suelo mientras su contenido ha montado en el viento...


Alzado ya el vuelo, no toma por los túneles angostos que recorrí al entrar. No sale por el camino al lago sino que sube por los ductos hasta el techo. No se detiene, arma sus espolones y lo atraviesa. 

Vamos ahora hacia las alturas, no me da tiempo a tomar ninguna forma: sigo siendo el amante. Ascendemos hasta el altiplano, que es una pequeña meseta donde me deposita suavemente, amorosamente. Se tiende a mi lado, me observa con sonrisa amplia, con sus ojos de bambi. Espera algo de mí. Entonces tomo mi forma de las montañas: mis alas, mi tamaño. Mientras cambio, la emoción no me suelta. Por el contrario, crece, se sutiliza, toma la proporción de las alturas en que estamos.


Lo que sigue es privado. Baste que diga que hablo de seres místicos, pero reales. Baste que diga que lo que cuento de ella, igualmente puede ella relatarlo acerca de mi. Es que se trata de historia de dioses, no de hombres. Es una historia reversible.


Quién siente una excelsa emoción cuando se halla en la altura y el viento fresco le azota los cabellos, quien siente allí que puede volar, sabe lo que siento. Quien se ha diluido en el aire y saltado al vacío en busca de su destino, ese sabe de lo que hablo.



AL DESPERTAR

Con esta sublime sensación despierto de mi sueño. Exhausto por darle mi energía, me acerco como puedo hasta el calabozo y miro por la reja.

Mi amada está allí, aún débil y con ojos tristes. Sabe de mi sueño y lo que espero de ella. Voltea su cabeza para mirarme. Los espectros aún gritan amenazantes. 

Una lágrima corre por su mejilla... otra por la mía.


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