viernes, 16 de noviembre de 2012

Sueños - Buscando lo que ha de ascender (La celda)



Una sensación de angustia me lleva a percibir que alguien me llama, me pide ayuda.

La Presencia me indica que asista, pero ¿Quién invoca? La "voz" proviene de la hondonada ¿Qué clase de ser, que habite allí, puede hacer que su llamado se escuche en estas tierras?
Es que los seres de las planicies ni siquiera sospechan que estas alturas puedan estar habitadas: las condiciones de vida de aquí son mortales para ellos. ¿Quién, además, conoce las leyes de la música y sus octavas, del aire y del eco, tanto como para hacer llegar su mensaje hasta aquí? Nadie ajeno podría.


Así es que caigo y mis alas me guían hacia el llamado. La Presencia es madre de los instintos para los habitantes de las montañas: su voluntad es nuestro deseo más profundo, más urgente.
Llego hasta el lago "Turbio" y lo recorro aun cuando se transforma en pantano. Esto sucede entrando en la "Selva del Temor".

En el lago soy pez, porque debo moverme en las aguas de las tierras bajas. En la selva soy serpiente para sortear obstáculos y no ser perturbado por griteríos de pajarracos y micos.

Una habilidad de la serpiente es hallar caminos que llevan más allá de lo impenetrable. Un orificio en la tierra puede ser suficiente.

Bajo el pantano, allí en la hondonada, hay una caverna de estalactitas. Allí oigo lo que primeramente parece un susurro. Avanzo y parece música. Avanzo y ese sonido atrayente es una trampa que he conocido antaño, cuando vivía allí. Ya puedo oír con claridad esas voces enloquecidas.
He de ser guerrero en estas circunstancias. 

Avanzo con mi espada en una mano y mi antorcha en la otra. Pronto deberé abrirme paso entre los espectros habladores. Avanzo por oscuros túneles en los que el ruido se hace ensordecedor. Túneles que deforman las voces de las sombras haciéndolas más imponentes.

Son espectros que cuentan cada uno una historia distinta y trivial, a veces un fragmento de párrafo, o pronuncian tan sólo una frase solitaria. En cualquier caso, lo que dicen lo repiten, una y otra vez sin solución de continuidad. Son fantasmas deformes, seres a medio hacer, son partes descartadas de algo y actúan como con vida propia.

Conozco ese caos y me apresuro hacia las profundidades. Sé lo que significa y corro hacia el reto: busco el calabozo.


Avanzo por los túneles, por su atmósfera de vapores densos que resultan somníferos si no se tiene conducta militar. Avanzo abriéndome paso a golpes de espada y antorcha entre los espectros.

Luego de varios recodos. Luego de una agotadora travesía, el túnel desciende aun más y desemboca en una gran bóveda, al centro de la cual una especie de pedestal sostiene el objetivo de mi viaje: el calabozo. Con una pequeña reja y gruesos ladrillos, tiene el tamaño necesario para un cuerpo pequeño, desnutrido, justamente como el que contiene: no necesito acercarme para saber que en su interior se halla mi amada.


La llamo, pero no me contesta, no me oye. Ante mi presencia casi todos los espectros se han congregado en la bóveda haciendo una coraza de ruido en torno a ella. Blando mi antorcha contra ellos, pero sólo consigo que aúnen esfuerzos gritando al unísono: "Me lastima, la luz me lastima. Vete, tu que portas la luz, tu me lastimas" dicen.

Ataco con más fuerza, se juntan más y más de ellos… y gritan cada vez más fuerte. Pero no pretendo vencerlos, sino justamente aunar sus voces. Pues son espectros obsesores que nublan a mi amada. Cantan sus mantras para embotar su mente: así la dominan. Cantan bajito, en el umbral del oído... en el umbral de la consciencia. Los ataco y muchas voces cantan la misma frase que delata mi presencia. Los resultados no se hacen esperar: como un susurro suave y claro, surge de entre el ruido ensordecedor la voz de mi amada, con su timbre suave, apagado, casi áspero; vibrando en mi pecho como si fuera mi propia palabra, como esa que pronuncio con emoción.


Me estremezco. Siento su pedido de ayuda, su alegría de verme, su deseo de abrazarme. Pero ha estado ahí por mucho tiempo, tanto que ha perdido toda esperanza. Sus carnes se han resumido, sus rasgos se han demacrado, su voluntad se ha empequeñecido.

Verla así me sobresalta, me rebela, me mueve a la acción: no puedo esperar más.

Junto aire y grito con todas mis fuerzas: ­Aquí estoy! ­Vengo a buscarte! ­Levántate de allí y ven conmigo!


Me oye, no tanto por mi voz como por mi corazón, y desea venir. Pero los espectros cantan su melodía hipnótica: "No puedo abandonar mis tierras ¿Qué sería yo sin mis tierras?". Y dicen también, refiriéndose a mi: "Tu eres el enemigo que invade mi morada, vienes a destruir mi orden, me obligas a defenderme de ti". Así hablan esos monigotes y se permiten decidir sobre ella.

Como enseñan las tradiciones "Los espectros engañan sin mentir". Es cierto que no sería nada quien no poseyera tierras que trabajar, pero si esas tierras no son fértiles y si no están gobernadas por su legítimo dueño, entonces otra vez el amo no es nada; y las tierras tampoco.


Es cierto que invado la casa, porque soy bien recibido por su patrona. Qué me importa no serlo por los usurpadores que la han destituido y encerrado. ­No vengo en son de paz! Vengo a sojuzgar espectros, vengo a dar batalla a los habitantes de las planicies, ­vengo a rescatar a mi amada!


No obstante, he de ser respetuoso con los enemigos: aunque hostiles ahora, aunque en rebeldía, son los sirvientes de aquella a quien amo. Y tampoco son culpables de sus actos: cuando el soberano demora la acción porque medita largamente, el pueblo duda, cree que su amo flaquea, y, faltándoles la amorosa luz, se vuelven oscuros y torpes: en su desesperación decretan la democracia. La nobleza pena, entonces, en un calabozo junto con sus virtudes, mientras el reino se empobrece y sufre miserias...

Tampoco he de demoler el calabozo, pues lastimaría a su morador: cada ladrillo es un concepto no comprendido y sin embargo memorizado con una carga de importancia. Esto lo hace seco y duro, pesado, cuadrado y falto de elasticidad y gracia. Es decir, propiamente un ladrillo. Cada uno resulta, entonces, una orden que se cumple ciegamente, porque las construcciones de ladrillos siempre dan la sensación de seguridad y abrigo, con lo que se atenúa el temor de fallar:
El calabozo ha de ser demolido desde adentro.


Los espectros, que surgen de la cabeza de mi amada, inundan la bóveda. Habitan unos en los túneles mientras que otros van fuera de la caverna y son los animales ruidosos de la selva que crece abrigando al pantano. Estos de afuera cuentan lo que ven a los de los túneles, que a su vez lo van repitiendo hasta que llega a la bóveda. Cada nueva voz que repite le quita o agrega algo a la historia. De entre las voces todas mezcladas en el eco del enorme salón, la dulce prisionera trata de captar lo que pasa en el mundo.

Estas ánimas interpretan lo que ven y lo gritan como los micos. Con aquello que creyeron entender forman, a partir del barro del pantano, sus conceptos. La masa de barro pasa por los hornos formando los ladrillos que se apilan sobre el cuerpo de mi amada.


Ella emite suspiros de anhelo, de deseo, que se convierten en el vapor de los túneles y se condensa, luego, en el lago del exterior.



[Continúa aquí]






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